Parto-Nacimiento de Deva en casa.
Soy madre de un niño y dos niñas, he pasado por cuatro embarazos, un aborto y tres partos y ahora, después del nacimiento de mi hija Deva, se que las anteriores experiencias fueron necesarias. Ahora me siento en paz y sin culpa o remordimientos, sin rencor por cómo sucedieron las cosas en un pasado. Ahora sé que cada una de las anteriores experiencias me sirvió de guía para poder vivir la transformadora experiencia de mi tercer parto. Gracias Antonio, gracias Celia, gracias bebé-estrella por ser mis guías en esta lección de vida tan importante que he recibido a los 32 años.
Mi cuerpo volvió a experimentar estar habitado por otro ser, un ser que eligió venir a la tierra y al que acepté servir de canal para ello. No sin miedo, ni dudas, después de plantearme la posibilidad de no continuar con la gestación, acepté con humildad el misterio. Fue la primera gran lección. Este tercer embarazo fue un embarazo buscado y deseado mientras solo era soñado, cuando mutó en real, mi Ego se tambaleó. Mi cuerpo cambiaría para dejar espacio a otra persona, las molestias físicas llegarían, mi profesión de nuevo se vería desplazada, sino desaparecida definitivamente, mi tiempo dejaría de ser mío para pasar a ser de otro ser. En definitiva, dejarse habitar implica un soltar la mochila con todo lo que lleve una acumulado hasta entonces y duele. Al Ego le duele, el Ego que siempre confunde las cosas y nos lleva a creer que somos lo que acumulamos, que somos lo que los demás dicen que somos, que somos el prestigio, el dinero, la profesión de renombre, el currículum. Deva me ha enseñado que no soy todo aquello que debía de soltar, que yo Soy sin más. No necesito recubrirme de las capas que lo social dispone como condición para ser alguien, para existir, que humanamente ya Soy, sin más.
A partir de este descubrimiento, soltar pasó a ser un tremendo placer. Nunca antes me sentí tan ligera, ni tan bella, ni tan completa. Dejé de ser un trabajo precario, un currículum incompleto, un físico imperfecto, etc. para descansar en la paz que da saberse que ya Soy.
Llegar a integrar este conocimiento me llevó todo un embarazo, el Ego se resiste y resurgía en forma de nostalgia ante ciertos pequeños cambios en mi vida cotidiana o los grandes cambios que se avecinaban según avanzaba el embarazo, a la par que la meditación y la lectura, la conexión con Deva y a través de ella con lo infinito, me ayudaban a colocar cada cosa en su sitio y darle la importancia relativa que estos cambios tenían frente a lo que estaba aconteciendo en mi interior, prácticamente ninguna. Adentro se encarnaba el misterio, el amor, la vida y afuera, el mundo de lo mediocre, de lo gris, de lo aún dormido.
El embarazo transcurrió centrada en el agradecimiento a la vida por saberme en estado de Gracia una vez más. Pasadas las molestias de las nauseas propias del primer trimestre de gestación y agravadas hasta lo insoportable a causa de la revolución interior, de la rebeldía que mi Ego demostró al inicio del embarazo, la gestación se tornó en propia dulcura, en estado de contemplación, en maravilla del propio vientre y de las sensaciones que en el acontecían. Me volví espectadora asombrada del proceso que mi cuerpo experimentaba y dejé que la divinidad obrase en él.
Según se aproximaba el momento del parto, la ilusión por poder vivir un parto en casa crecía, también los miedos por no lograrlo, por no cumplir los requisitos que se necesitaban para poder parir en casa, por no poder controlarlo todo. Esta fue la segunda gran lección que aprendí gracias a Deva, no podemos controlarlo todo y hay que rendirse y descansar al aceptar que no podemos controlarlo todo. La angustia por cumplir los parámetros en las mediciones del azúcar, de la tensión, de controlar la dieta, de la posición de Deva, de la fecha probable de parto…hicieron que en el tercer trimestre, la angustia volviese a aumentar.
La tensión se disparaba cada vez que acudía a un control hospitalario, lo que inquietaba al personal médico que me repetía hasta tres veces la toma de la tensión después de dejarme reposando en una camilla. Sus caras eran un espejo de la mía, que reflejaba el temor porque las líneas que yo creía estaba dibujando, se torcieran. Poco a poco me iría dando cuenta de que no era yo quien dibujaba esas líneas, aunque facilitase su trazado.
El control del azúcar me obligaba a asumir una dieta estricta y la toma diaria de hasta tres veces de los niveles de glucosa en sangre. Asumí esta responsabilidad con coraje, el azúcar tampoco sería un impedimento para mi parto en casa.
Pasaban las semanas y Deva continuaba en podálica. Mi estrés iba en aumento. ¿Qué estaba haciendo mal esta vez? El control de la tensión, el del azúcar, ahora la posición de Deva…Hacía ejercicios para facilitar su colocación en cefálica, la hablaba, respiraba, meditaba, intentaba relajar mi útero…y Deva se colocó en cefálica…
La sensación era la de ser una equilibrista a la que mueven la cuerda. La posición de Deva era la correcta y tenía controlada la tensión y el azúcar, pero para este momento ya me había dado cuenta de que yo no controlaba la situación. El proceso de gestación me estaba atravesando, le estaba sirviendo de canal, estaba sucediendo en mí, no lo estaba haciendo yo. Yo camina sobre la cuerda, pero el camino de la cuerda, su grosor, su firmeza, su temblor, no los controlaba yo. Yo había decidido andar sobre una cuerda de la que no conocía apenas nada, salvo mi aceptación de caminar sobre ella. En este punto de la gestación, casi al final de la fecha probable de parto, me sentía como una hoja temblorosa…me había percatado de la realidad, de lo que significa aceptar que una no controla el proceso al cien por cien y no, a estas alturas no lo aceptada y temblaba con cada posible complicación. Seguía sin aceptar que la experiencia de vida implicase lo que yo interpretaba como una “complicación”, que no era otra cosa, que el que no salieran las cosas como yo quería. Y tuvo que llegar otro “imprevisto” para aceptar que era necesario rendir el ego para poder aceptar lo que venga y dejarse fluir suavemente.
El último imprevisto vino con el último control hospitalario, creo que fue un martes, del que salí con hoja de ingreso para realizarme una inducción el domingo. Se cumplían las fechas que el protocolo hospitalario establece y bajo su criterio, si Deva no nacía antes del domingo, debía entrar por urgencias para una inducción.
Lloré, lloré, me enfadé, me pregunté, me revelé, y lloré y lloré. Y dejé de llorar cuando acepté que La Vida me había colocado en la escena que la Vida había dispuesto para mi evolución. Que una puede querer un parto en casa, como una puede querer ser joven toda la vida, o no enfermar, o tener una hija sana, o que se yo…una siempre anda queriendo todo y continúa insatisfecha, porque ese no es el camino que lleva a la paz de espíritu. Es el camino del hambre que no se sacia nunca y que produce dolor porque no todo lo que una quiere depende de una. Y basar la felicidad en algo tan frágil, no es el camino. Y bien, acepté que mi proceso podía ser darme cuenta de que no controlaba nada más que la capacidad de mantenerme en mi centro pasase lo que pasase y eso si era tener el control de mi propia vida a un nivel mucho más profundo. Medité y sentí, bien…las circunstancias no dependen de mí, pero si va a depender de mí mi fortaleza y serenidad ante lo que ocurra.
La madrugada del viernes empezaron las contracciones…
Antonio, Celia y Fabrice dormían…Yo me senté en el salón en posición meditativa y disfruté cada contracción. Eran suaves, espaciadas cada 10 minutos… con los ojos cerrados y respirando, sentía mi útero como se contraía y se relajaba…Fui de nuevo consciente de que yo no hacía nada para que mi útero se fuese abriendo, solo esperaba serena la siguiente contracción y me maravillaba de cómo se alejaba una y venía la siguiente puntualmente a los 10 minutos… Me pasé en esa posición de meditación, sentada con las piernas cruzadas, espalda recta, ojos cerrados y respiración profunda casi toda la noche, de hecho, el 80% del resto del parto, lo pasé así…Inolvidable la conexión con mi cuerpo, con Deva, con lo divino que me sostenía…
Por la mañana desayuné con Celia y Antonio, aún era posible hacer vida normal entre las contracciones. Fueron al colegio y pensé que hoy iban a conocer a su hermana…Les amo…
Fabrice insistía en que era conveniente que llamase a la matrona, temía que al ser el tercer parto, todo fuese muy rápido y no diese tiempo a que llegara. Pero yo no quería llamar aún a nadie, no necesitaba todavía a nadie…Las contracciones eran ya más intensas, cada 5 minutos, y después de cada una, de mi cuerpo salía un fluído caliente que me decía que la contracción había abierto un poco más el útero y yo…estaba maravillada con todo esto…no tenía miedo, sabía que el dolor era normal y que las contracciones estaban siendo efectivas, me gustaba seguir sola observándome y dejándome atravesar por cada ola que llegaba a mi vientre. Era mi tercer parto, pero todo esto era nuevo para mí y lo quería seguir disfrutando, cada segundo, dejarme maravillar por él parto…
Finalmente llamé a mi bella, amada, matrona. Llegó a casa y me observó, hablamos un rato de cómo me sentía y desayunó en el salón con Fabrice y conmigo. Pero yo sentí que no era mi sitio, que yo necesitaba seguir sola, no quería conversación, quería intimidad, intimidad con mi cuerpo, con mis genitales, con mi hija, con lo divino. Le dije a Fabrice y a mi matrona que prefería irme a mi habitación, que me encontraba bien, pero prefería estar sola. Si necesitaba algo, ya llamaría…
Durante el embarazo había preparado música para el día del parto, me había imaginado pariendo por toda la casa y dando a luz a mi hija en la cocina incluso! Y con Fabrice a mi lado todo el trabajo de parto. Pero llegado el momento, solo necesitaba estar sola y en silencio. Todo el trabajo de parto lo hice en posición de loto, con los ojos cerrados y concentrada en mi respiración. Solo cambiaba la postura cuando las contracciones empezaron a ser más intensas y las atravesaba a cuatro patas y balanceando la cadera. Una vez terminada la contracción, volvía a la posición de loto y encontraba mi centro donde tomar energía para atravesar la siguiente. Poco a poco, mi estado de conciencia se fue alterando…Fabrice entró a la habitación y telepáticamente, porque justo esto es lo que necesitaba…bajó las persianas dejando la habitación en penumbra y encendió palo santo…se lo agradecí de corazón…
La matrona me hizo un último tacto y me preguntó si necesitaba que se quedase, le dije que no. Que la llamaría. Fabrice había hecho un cocido para comer, que también tendrá su lectura, pero lo tendrá que analizar él… jajajajaja, y me preguntó si quería comer algo, yo tenía ganas de vomitar pero necesitaba comer algo porque me noté temblor en las manos y en las piernas, así que le pedí un cuenco con garbanzos que me dejó en la mesilla. Él se fue a comer con la matrona al salón, seguía queriendo estar sola.
Entre contracción y contracción, comía garbanzos con las manos, con el tenedor no podía de lo que me temblaban y no alcanzaba a pinchar ninguno hasta la siguiente contracción y con estos modales refinados, al final no comía nada, así que fuera tenedor y a comer con las manos! Medía el tiempo entre cada contracción por el número de garbanzos que me comía, exactamente tres!
A partir de este momento, la posición del loto ya no me devolvía a mi centro, ni las cuatro patas calmaban el dolor…me metí en la cama y la deshacía con cada contracción, tiraba de las sábanas, las mordía….quise escapar de mi parto…volvía a darme cuenta de que hasta ese momento, mis estrategias me habían servido, pero llegado el momento crucial, solo cabía aceptar que pasase lo que tuviese que pasar, que me atravesase el parto, que me abriera el dolor y que mi hija naciese a través de mí, no podía hacer nada por parar aquello, ni por aliviar el dolor, no podía luchar, era el momento de confiar y entregarme a la vida-muerte, que pase lo que tenga que pasar, acepto.
Me levanté de la cama, me puse de pie apoyada en la pared, me temblaban las piernas, me tiré al suelo de rodillas y apoyé mi frente contra el colchón, y empecé a aullar…no gritaba, ni lloraba, aullaba, no se…no lo he podido volver a hacer después…era como pronunciar vocales con la boca abierta desde lo más profundo, tomar aire y soltarlo con esas vocalizaciones que no he podido repetir después…En ese momento, noto la mano de mi matrona en mi espalda…Bendita seas…Menos mal que entró, dije que la llamaría pero llegado este punto era incapaz, estaba en otro plano de la realidad y físicamente no hubiese podido llegar al salón ni llamarla por su nombre.
No sé como lo hizo, no lo recuerdo, pero me colocó dulcemente un cojín debajo de cada rodilla y uno en el suelo entre mis piernas mientras yo “cantaba” y sentía que me partía en dos de dolor…Noté ganas de empujar y ella me dijo, ”si tienes ganas, empuja” y empujé con todas mis fuerzas con el sentimiento de “Ahí vamos, a morir las dos, a vivir las dos, a partirme en dos o salir ilesa, no lo sé, pero ahí vamos…” y empujé y sentí su cabeza entre mis piernas! Ha nacido! Le dije a la matrona…yo seguía con la ropa interior puesta…y al quitármela la matrona, me dijo, sí ha nacido! Y lloró suavecito…con su cuerpo aún dentro del mío…lloró y se calló…y ahí, por un segundo temí por ella, por su silencio..y volví a empujar fuerte para tenerla entre mis brazos y saber que estaba viva, que estaba sana…
Empujé y ella se deslizó caliente hacia el cojín que la matrona había preparado para su recibimiento. Respiré, ya no dolía nada, había sobrevivido sentí…y me llené de amor y agradecimiento, me giré y la ví en el suelo, sobre el cojín, la ví muuuuuy lejana, muy pequeña…no tenía casi fuerzas para cogerla…Jero me ayudó a meterme en la cama con ella, aún unida a mi por su cordón umbilical y la placenta. Me metí en la cama y miré sus ojos, que me miraban intensamente, que me devolvían la grandeza de lo que acababa de suceder…La miraba y repetía sin parar muy bajito: “qué bonita es, que bonita es, que bonita es….”. Su piel estaba húmeda y caliente...La habitación olía a líquido amniótico, un olor dulce....maravilloso...
Deva nació en su casa, el 30 de septiembre de 2011, amada, honrada y respetada, como todos los seres humanos deberían ser recibidos. No se la violentó, fue recibida con una toalla caliente, en penumbra, en silencio, con la habitación caldeada, nadie la pinchó ni la introdujo ninguna sonda, no la separaron de su madre, a la que permaneció unida mamando, calentándose, oliéndose. Ni la placenta ni el cordón, fueron tratados como un desecho. Su nacimiento, como el de cada una y cada uno de nosotros fue un momento sagrado y fue tratado como tal.
Mi amor y mi gratitud por siempre Jero.
María.