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Parto natural pese al personal sanitario

#relatodeparto normal #SINepidural en el Hospital Materno Infantil Gregorio Marañón (maternidad de O’Donnell) por traslado en ambulancia desde la carretera.

El 26 de marzo nació mi hija en un parto normal y muy disfrutado, sin percepción de dolor de sufrimiento, en la semana 40+4. Nuestra elección fue el Hospital de Torrejón, pero a 20 minutos de llegar sentí ganas de pujar y me trasladaron en UVI al Gregorio Marañón. Siento el retraso, lo escribí a las 24-48 horas, pero tenía que resumirlo y procastinaba exponerme. Ahí va, espero que sirva especialmente a quienes deseáis un parto hospitalario sin intervención. Siento que sea tan largo…

A la 1:00 a.m. empiezo con pródromos en la espalda que me despiertan. Me concentro en no desvelarme y descansar para prepararme. A las 8:00 ya no puedo estar en la cama, me tomo un vaso de leche caliente y me pongo en la pelota apoyando la cabeza en la cama. Mi pareja me pone música relajante, me baja la luz y llama a mi suegro para quedarse con el mayor antes de irse a trabajar. No puedo verticalizar porque el dolor se convierte en insoportable, pero me obligo a darme una ducha para vestirme antes de que estar de pie sea peor.

Las contracciones en la pelota las llevo fenomenal. Voy haciéndolas conscientes, conectando con la bebé y visualizando su trabajo: verbalizo que nos acercamos, ofrezco mi ayuda, alabo el trabajo de ambas, cómo subimos y bajamos la montaña con la intensidad, y al final pido descanso. En algunas más intensas necesito verbalizar As, pero en cuanto pasa cada contracción, la analgesia natural me permite disfrutar la espera del siguiente paso de mi niña moviéndome en la pelota y dando directrices a mi suegro para terminar la maleta del hospital. Me sorprendo a mí misma por lo bien que estoy llevando las contracciones dada mi bajísima tolerancia al dolor.

En este embarazo descubrí que el inicio de las intervenciones innecesarias comienza al anular la percepción del dolor del parto y aprendí a no rechazarlo como sufrimiento, sino a acogerlo y disfrutarlo como necesario para que el nacimiento de mi hija fuese normal. Esa fue mi única formación para la tolerancia al dolor: la información, porque ningún método encajaba conmigo. No pensaba recurrir al reloj para saber si estaba de parto, pero ahí estaba yo a las 10:20 descargándome una app para confirmar el patrón: ya eran cada 4 minutos con 1 minuto de duración. A las 10:50 vino mi marido, teníamos 115 km hasta el hospital elegido.

En el coche me preparó una toalla en el asiento, la calefacción en las lumbares y sacos de semillas calientes para la parte delantera. Mi mayor miedo en la gestión del dolor eran las contracciones en el coche, pero me enfoqué en seguir viviéndolas en positivo y para mi sorpresa seguí tolerándolas igual de bien. En cada descanso de contracciones, tranquilizaba a mi marido sobre cómo me iba sintiendo e incluso charlábamos sobre temas banales como la subida del precio de la gasolina. Llegaron algunas en las que me era imposible verbalizar, a las 11:50 eran cada 2 minutos. En una siguiente, rompo la bolsa y me asusto, me toco y huelo y parecen claras e inodoras. En las siguientes sigue saliendo mucho líquido y de repente tengo ganas de empujar.

Mi marido empieza a acelerar pidiéndome que aguante porque solo quedaban 20 minutos, pero yo necesito verticalizar y abrir las piernas, no me siento segura en el coche y le obligo a parar en una salida de la M45. Mientras él habla con el 112, salgo como puedo, me bajo los leggins y las bragas, me apoyo en el guardarraíl y empiezo a empujar a horcajadas. Paran dos mujeres que tocan y hablan y las grito que paren. Me quitan las deportivas y el pantalón porque necesito abrir más las piernas, pero me tiemblan y pido a mi marido que saque la toalla y la pelota para ponerme a cuatro patas en el arcén. Llegan dos UVIs del SUMMA y aquí empieza el drama.

Siempre paro aquí el relato porque me da mucha pereza recordar este momento de tensión traumático. Los 5 sanitarios (ningún matrón/a) llegan alterados, con prisas, gritos y amenazas. Mi chip cambia a modo controlador, empiezo a preguntar a cada uno que se dirigía a mi su nombre y a retener todos para tranquilizarles de forma personalizada y aliarme a quien iba encontrando con mejor predisposición a una atención humanizada. Yo no veía a nadie porque mantuve todo el rato la posición mahometana o genupectoral (en cuadrupedia y con la cabeza agachada mirando hacía el suelo): ahora la veo como un acto reflejo de defensa que me ayudó mucho. En esa misma posición me trasladaron en la UVI, agarrada a la barra delantera de la camilla, y un tipo cojín semiduro rectangular rojo en la cabeza. Me piden posiciones que no puedo adoptar (el famoso “no colaboradora” que me dijeron de boca y pusieron en su informe porque, como me dijeron, “las mujeres no podíamos parir así”).

Me amenazan con que así no van a arrancar, pero yo tampoco voy a cambiar mi posición y en el informe se refleja que se me “traslada con seguridad” pese a “no acceder a la posición más estable”. No permiten a mi marido acompañarme y le marean con el hospital (yo suplicaba Torrejón, pero lo descartaron: Infanta Leonor primero y Gregorio Marañón finalmente). En el camino comentan entre ellos cuántos partos habían atendido como si fueramos trofeos.

Preparan el “kit de embarazo”, me asusto y les digo que no necesito nada para parir. No paro de repetir como un mantra obsesivo “no cortéis el cordón cuando salga” al percibirlo como la única intervención posible por mi avanzado estado. Me decían que veían la cabeza y me pedían no empujar porque consideraban necesario estar en un entorno hospitalario.

De todas formas, en algún momento se me paran las contracciones. Me habían hecho conectar con mi parte racional, estaba a tope de cortisol y adrenalina, y mi cuerpo mamífero sabía que aquel lugar con aquellas personas no era seguro parar parir; es lo único que tengo que agradecerles. No recuerdo volver a tener contracciones, pero tenía todo el rato la sensación de estar haciéndome caca y no paraba de repetirlo.

La misma postura la mantuve en la camilla a la que me pasaron en el hospital, por lo que en la habitación me coloco mirando a la pared. Menos mal porque la habitación somos 7 con 3 matronas, 1 TCAE y 1 estudiante de enfermería. En algún momento vuelvo a tener contracciones e intentan dirigirme los pujos pidiéndome que siga empujando más allá de mi contracción, pero lógicamente es improductivo. Aún así, les hago caso. Me agobio porque siento que asoma la cabeza, pero vuelve a subir y no sé si es normal.

La matrona me mete un poco de prisa porque la niña está haciendo bradicardia y “tenemos poco tiempo”. Me tienen monitorizada con una cinta que pido que aflojen porque me aprieta y me molesta para pujar. Me piden monitorizarme con pinza en el dedo por si están cogiendo mi frecuencia cardiaca como la de la bebé; algo que en un momento más avanzado también me molesta y me arranco. Llama al ginecólogo que dice que es un “buen monitor y solo 15 minutos de expulsivo”, así que le pido que se lo transmita a la matrona, que me den tiempo, que con esa presión no puedo pujar. La auxiliar me niega beber, pero la matrona la engaña con que es solo para mojarme los labios y yo pego un trago largo, hasta en 3 ocasiones. Con esta situación, para ayudarme pido algo colgado para empujarme desde arriba, no tienen arco y me sugieren verticalizar subiendo el cabecero y bajando el culo, pasando de cuadrupedia a una especie de arrodillada.

Por fin suena la puerta y oigo la voz de mi marido. Le pido primero que grabe pero a los segundos le necesito a mi lado porque me siento muy racional, desvinculada, poco productiva y necesito volver a conectar de verdad. Con mi marido como apoyo, paré, respiré, recordé todos esos relatos de partos que había leído que sentían en un punto que ya no podían, me mentalicé, y verbalicé en alto que lo íbamos a hacer juntas. Y volvió a fluir. Noto como me abro al máximo, quema, digo “aro de fuego” 1 segundo y noto alivio. La cabeza ha pasado el límite que no avanzaba. Me avisan que está coronando pero no quiero tocarla.

A partir de aquí no tengo recuerdos nítidos, no sé cuántos pujos fueron pero me parecieron muchos, al menos más de lo que esperaba. Es una pena que me quede tanto por aprender de mi propio cuerpo. A las 13:10 aproximadamente (menos de 3 horas del inicio del parto activo), ahí estaba mi pequeña guerrera, con 3820 kg de peso, súper despierta y preciosa. La recibo por debajo y me doy la vuelta para tumbarnos. La bebé ya está conmigo, pero yo todavía tengo que seguir defendiendo su plan de parto. Les recuerdo que quiero pinzamiento tardío, me informan que ya ha colapsado y me lo enseñan, pero les pido que esperemos a la placenta porque ni viéndolo me fio y me apetece que así sea, ahora repetiría.

Comenzamos con alumbramiento espontáneo sin tenerlo que pedir pero con reloj, pidiéndome que empujase como si quisiese hacer caca sin ganas. Les pido que me dejen tranquila con el piel con piel y empezar la lactancia para ayudar al alumbramiento, pero me dicen que ese paso ya está dado, que la placenta está desprendida y solo le falta salir. Les permito canalizarme una vía para que estén más tranquilas y me dejen apurar sus 30 minutos de protocolo sin tensión. Por suerte sale a los 25 minutos y no tengo que batallar más. Noto su salida y siento alivio al final, se ha acabado.

Me comentan que el protocolo era alumbramiento dirigido y además oxitocina 10 posterior al alumbramiento para prevenir la hemorragia posparto. Les digo que no tiene sentido y que firmo negación a tratamiento, pero consultan y no es necesario. Consulto si puedo llevarme la placenta. Quería en casa tranquilamente poder observarla, tocarla, hacer fotos e impresiones, antes de tirarla. Al negármelo pido hacerlo allí, pero no saben cómo hacer la impresión, mis hojas de acuarela están en el coche, solo con la sangre no les convence y se lo curran mucho para finalmente hacerlo con clorhexidina.

En el expulsivo he tenido una laceración y un desgarro tipo I que accedo que me suturen, pero sin lidocaína y solo me duele cuando me abren, no los 3 puntos. Con todo eso estuvieron aproximadamente la primera hora posterior allí. Entregamos la documentación clínica, se quedaron el plan de parto y nos preguntaron si nos apagaban la luz como deseábamos, lo cuál agradecí mucho aunque fuese a posteriori. Decidimos esperarlas a terminar de comer para la revisión previa a planta para no correr más riesgos de batallar con otro equipo sobre hemorragia. Me negaron comida hasta subir a planta pese a estar desde las 8:00 con un vaso de leche. Menos mal que llevaba aquarius, bananas y almendras preparadas y pedí a mi marido que fuera a por la maleta. Al decidir esperarlas estuvimos casi 4 horas allí hasta subir a planta, a las 17:00, donde me dieron un sándwich.

No pude comer en condiciones hasta la cena de las 20:00 porque una vez en la habitación a mi marido tampoco le dejaron salir hasta las 23:00 que tuvieron el resultado negativo de nuestras PCRs. La atención en planta por todo el personal sin excepción fue horrible: entrando sin llamar, encendiendo la luz y despertando a la bebé con prisas e interrumpiendo tomas, sin presentarse ni indicarnos el motivo e información en sus intervenciones, queriendo coger a la bebé y sorprendiéndose por nuestra negación, hablando de malas formas y con paternalismos, contradiciendo nuestras decisiones, sin ayuda en la lactancia y metiéndole bruscamente mi pezón en su boca para valorar el enganche.

Además en algún momento nos dimos cuenta de que la niña no tenía nada de vérmix, no sabemos si la limpiaron al estimularla en el paritorio la auxiliar. Se le llegaron a hacer heridas. Solicitamos el alta precoz voluntaria con reticencias y finalmente conseguimos salir de allí a las 14:00, con la prueba del talón y la auditiva pendientes, que le hicimos posteriormente.

La recuperación física ha sido genial y con poco sangrado en la cuarentena. He estado flotando en una nube todo el primer mes con una fuerza que no sé de dónde me venía. Mi posparto ha sido y sigue siendo prácticamente sola con un niño de 5 años y una bebé. Creo que el parto me ha ayudado a poder afrontarlo. La matrona residente me dijo que había tenido un parto “muy bonito” porque había tenido “suerte” con la matrona. No quiero imaginar el resto de partos.

En realidad mi parto fue normal PESE al personal sanitario. Me sabe mal decirlo públicamente, porque sé que ellas dos intentaron que así fuera con todas sus capacidades y limitaciones y que el problema no es individual, sino estructural. Pero un parto no sólo se define por las intervenciones estrictamente médicas y farmacólogicas, sino también por aquellas otras intervenciones que intentan dirigir algo que es natural, que apuran mirando al reloj en lugar de a las personas, que meten miedo o crean inseguridad, que interfieren en la sensación de intimidad de un acto que es puramente sexual, … Me siento parcialmente agradecida.

Tengo una sensación agridulce porque conseguimos el objetivo final que era un parto normal y fisiológico para mi hija, encima como no me esperaba, disfrutado en cuanto a la percepción de dolor, pero hubo intervenciones no farmacológicas y se me pide estar agradecida. Por un lado, me arrepiento de aquella llamada al 112 y siento que tenía que haber continuado el camino por los efectos que ese estrés haya podido tener en la bebé. Pero a la vez creo que todo iba tan rápido, que si no me hubiesen parado las contracciones el personal de ambulancia, mi hija hubiese nacido en el coche y yo no me sentía segura con un acompañamiento no sanitario en el expulsivo con mi marido. Nunca lo sabré.

El siguiente, tengo claro (ahora) que será en casa con matrona, aunque no me convenciese para este al contratar algo tan caro sin conocer al equipo completo ni conectar. Este relato de parto es mi pequeño agradecimiento a la Asociación, a este grupo de Facebook y en especial al grupo local de Toledo, donde vivo. Las reuniones son virtuales y están genial. ¡GRACIAS INFINITAS MUJERES!