Parto vaginal después de dos cesáreas
Mi hija pequeña nació hace 13 meses tras una cesárea, un parto vaginal y otra cesárea por ese mismo orden, además de tres pérdidas tempranas de embarazo. Ella es mi bebé arcoíris.
Conseguí un parto vaginal después de dos cesáreas en el Hospital General de Alicante. No podría contar la experiencia de este parto sin hacerlo, también, de las vividas con sus hermanos (los nacidos y los no nacidos).
Sus hermanos vinieron este mundo tras tres embarazos a término y con distintos finales: el primero una inducción que acabó en cesárea; un segundo parto en casa con una infección post parto grave; y un tercer parto que iba a ser en casa y acabó con una cesárea de urgencia. Experiencias dolorosas a nivel físico y emocional pues las tres acabaron de ninguna de las maneras en las que imaginé y a esto se le añade que se produjeron en ambientes hospitalarios (pues en los partos en casa acabamos en hospital) donde encontré gente competente y humana, y a otros que no lo fueron en absoluto.
Mis bebés salieron sanos de sus nacimientos aunque creo que tampoco se merecieron sus llegadas a este mundo de la manera que lo hizo cada uno, pero ya no se puede cambiar el pasado.
Desde que tuve a mi primer hijo en brazos supe que quería más hijos (cuatro) mi pareja no estaba muy de acuerdo conmigo, así que cuando nació mi tercera hija decidimos de mutuo acuerdo que sería el último con lo que tomamos la decisión de insertarme un DIU de cobre. Mi tercera hija tenía cuatro años cuando noté que tenía un retraso. Llevaba un año con el DIU y había sido siempre muy puntual, incluso se me había llegado a adelantar la regla. Me hice un test de embarazo que dio positivo y casi nos da algo cuando lo vimos. No era nuestra intención ampliar familia y me preocupaba que llevara el DIU. Después de una visita a la consulta de mi ginecóloga y de ver que todo iba bien conseguí ver la alegría y la felicidad de esta llegada tan inesperada. Me inundé de amor, de pura felicidad. Lamentablemente la alegría duró poco pues a las 7 semanas empecé a sangrar y expulsé al tercer día todo el embarazo. La tristeza comenzó a inundarlo todo y la alegría se evaporó pues aquel deseo de tener cuatro hijos se marchitó, y sintiendo el sexo de cada uno desde que los sentía en mis vientres, se fue la alegría de (para mí) que aquel sería un niño…Fue una experiencia de lo más triste y terrible. Con él se fue una etapa de mi vida, una parte de mí. Pude renacer desde la pérdida, fue todo un aprendizaje.
Año y medio después volvimos a ver positivo en un test de embarazo y esta vez siendo conscientes en su búsqueda. Lamentablemente también acabó mal, a las 8 semanas comencé a sangrar con un dolor insoportable en el costado derecho. Se trataba de un embarazo ectópico que se había alojado en la trompa derecha y ésta se había roto por lo que hubo que operar de urgencia y extirpar la trompa. Esta experiencia fue devastadora, no sólo perdí un bebé de nuevo sino que además sufrí una pérdida de mí misma, una extirpación de una parte de mi cuerpo y una invasión, necesaria obviamente, pero tremendamente dolorosa a nivel físico y psicológico.
Después de un embarazo ectópico las probabilidades de que volviera a ocurrir de nuevo en la otra trompa aumentaban y disminuían las probabilidades de embarazo. ¿Qué hacer en esta situación? 16 meses después volvía a dar positivo en un test de embarazo por sorpresa pues no estaba planificado. Lo perdí de nuevo a las 5 semanas. Un aborto bioquímico. Me quedé débil y triste pero no vencida así que poniendo mucho de mi parte (cuidando alimentación, ejercicio físico, distracciones y teniendo ocio y tiempo para mí) a los tres meses volví a quedarme embarazada de mi pequeña.
Cuando supimos que se encontraba intraútero y que el embarazo se desenvolvía con normalidad sentíamos un gran alivio pero en verdad se desvanecía pronto porque me sentía en total y constante tensión. Mi único objetivo era conseguir llegar a término, tener a mi hija en brazos y no dejarla “escapar” cómo sus tres predecesores. Ya sabía que acabaríamos en una cesárea programada y me conformaba hasta sentir alivio si eso me aseguraba que conseguiría lo que pretendía y que todo fuera bien. Pero en verdad, a medida que se acercaba el parto comencé a pensar que tal vez no era tan descabellada la idea de lograr – o por lo menos intentar- un parto vaginal. Sentía que ella y yo nos merecíamos un final de embarazo y un primer encuentro bonito, o por lo menos hacer lo necesario para sanar heridas. Me sentía capaz, me sentía fuerte y quería intentarlo siempre sabiendo que todo podía pasar y ser flexible a un final inesperado. Pero echo la vista atrás y creo que nunca me había sentido tan viva ni tan segura como en esos meses.
Acudí no sólo a las vistas prenatales de la Seguridad Social sino que acudía a una ginecóloga con consulta privada que a la vez trabajaba en la seguridad social, concretamente en el Hospital General de Alicante al que me correspondía parir. Para mí ella fue un gran apoyo al igual que una matrona amiga que también trabaja en el mismo paritorio del General. Las dos me dijeron que se habían dado casos de mujeres que habían conseguido un PVDDC, no muchos la verdad, pero que dejaban intentarlo. En verdad me plantearon varios puntos a tener en cuenta a la hora de parir: no llegar a la semana 40 (me programaron la cesárea en la semana 39+6), que el bebé estuviera en cefálica (mi hija estuvo de nalgas hasta que en la semana 36 se giró); que la cicatriz anterior se mantuviera dentro de un grosor aceptable (siempre me la controlaba la gine en las ecos pero nunca supe la medida para basarse en que estaba bien, siempre estuvo bien); y que el resto del embarazo estuviera desarrollándose dentro de lo normal.
Tras dos visitas de monitores en el hospital a la última acudí “rara”, con muchas contracciones y expulsando mucho flujo vaginal. Me despedí de la ginecóloga adjunta que me atendió las dos veces, que ya sabía de mis intenciones gracias a mi gine privada y compañera de ella, dándome un gran apoyo entre risas sobre que esa tarde iba a ir al cine con mis hijos antes de dar a luz y me decía de broma que ya veríamos (y qué razón tuvo…) y cómo broche final diciéndome que si lo había conseguido una vez (un PVDC) podía volverlo a hacer. Mis dos hijos mayores se llevan 18 meses y entre la tercera y la cuarta habían pasado 8 años con lo que la cicatriz estaba más que “curtida” en mi caso. Claro que lo podía hacer a pesar del tiempo transcurrido y de todas mis pérdidas. Sus palabras fueron un gran mantra.
Cuando salimos del hospital yo me sentía rara así que como al día siguiente era el 6 de diciembre, festivo, decidimos dejar a mis hijos en casa de sus abuelos al salir de clase. Yo me pasé toda la tarde expulsando el tapón y con muchas contracciones. No descansé nada pero recuerdo la noche anterior dormir como un tronco, sin contracciones. (Tengo que decir que durante el tercer trimestre de embarazo realicé mucho ejercicio. Una semana antes de dar a luz realicé una sesión que junto con un guiso de garbanzos me provocaron muchos gases y estos a su vez muchas contracciones durante una semana entera hasta llegar al 5 de diciembre, el día que empecé a sentirme rara). Pasé la tarde, a pesar de ir cada dos por tres al baño por el tapón, bien. Parecía que cada vez iba a mejor aunque se me cerró el estómago y no tenía ganas de comer nada. Recuerdo que después de cenar nos tumbamos en el sofá a ver la tele y me estaba durmiendo pero a las 23 horas sentí de repente un “crack” que siempre me quedará la duda de si lo oí, lo sentí, o las dos cosas a la vez. Di un salto del sofá y ahí noté que salía un río entre mis piernas. Así que ya no había vuelta atrás. Emma nacería en las próximas horas.
Entre duchas y preparación salimos una hora más tarde de casa. Yo ya había tenido unas pocas contracciones, dos o tres, bastante dolorosas, a cinco minutos entre cada una de ellas. Entre admisión y recepción entramos a paritorio a las 00:45 más o menos y nos pasamos a sala individual con monitorización constante. Me atendió una matrona que me sacó sangre y me canalizó una vía. Las contracciones eran bastantes dolorosas pero podía hablar entre ellas con mi marido. Él estaba tranquilo a pesar de haber tenido un día duro pues sufre de migrañas fuertes y tuvo una severa de la que se recuperó por la noche. Durante dos horas entraron varias matronas y también la ginecóloga que me vio nada más llegar. Esta última me hizo un tacto y me confirmó que sólo había dilatado un centímetro en dos horas, lo cual me desmoralizó (llegué con un centímetro de dilatación y el cuello borrado). A partir de ahí las contracciones se hicieron insoportables y muy dolorosas. No podía ni hablar y tampoco quería que me tocaran. En un momento dado necesité orinar así que llamó mi pareja para que me desconectaran del monitor y poder moverme. Sentada en la taza del wc no podía levantarme y recuerdo otro “crack” fuerte. Yo le decía a mi hija lo bien que lo hacía, que tenía que salir que yo la iba a ayudar. Pero entonces, a continuación, era yo la que lloraba y le decía a quien estuviera a mi lado, pareja o matrona, que no podía, que era incapaz. Y siempre recibía la misma respuesta: “pero si lo estás haciendo, estás pariendo”. Entonces no sé cómo pero cuando oía esas palabras recuperaba una fuerza bruta y seguía.
Una matrona residente de segundo año nos acompañó desde ese momento estelar del baño hasta el expulsivo. María se llamaba, y fue todo un apoyo. Quería convencerme la pobre para volver a la cama y colocarme el monitor pero no podía moverme, en la taza del wc era el mejor sitio del mundo para aguantar ese dolor. Me convenció y me hizo un reconocimiento, 6 cm en media hora. Al momento apareció el equipo médico que estaba de guardia esa noche con cara de circunstancia, sobre todo una adjunta que no estaba para nada de acuerdo en que pariera porque su cara era un poema. Se sentía su desagrado pero me dije a mí misma que importaba más mi hija que su opinión y seguía concentrada en las contracciones y en decirle a mi niña que ella podía hacerlo. El resto de gines estaban entusiasmadas de ver lo rápido y bien que se estaba dando todo pues la matrona les confirmó que estaba de 6 cm hasta que pegué un grito y dije: la cabeza está ahí! Se asomaron y una de ellas con buena cara y sonriendo me dijo: “pues si, te toca empujar”. Así que me pasaron al paritorio (la gine de mala cara no quiso que me quedara en la sala de dilatación) y en un expulsivo de 10 minutos y una episiotomía de dos cm, salió mi niña preciosa, grande y hermosa.
Nació a las 3:45 del 6 de diciembre. Sin anestesia, sin oxitocina y sin ningún tipo de intervención médica en la fase de dilatación. Yo creo y siento que la noche tan avanzada me ayudó, que aquella taza del wáter sentada en esos minutos eternos me ayudó, que aquella residente tan bonita que inspiraba paz me ayudó, mi marido con su serenidad también lo hizo, el mantra “tú puedes hacerlo, lo estás haciendo” fue decisivo para conseguirlo pero de lo que más estoy segura fue del gran equipo que hicimos mi hija y yo, con la que pude conectar y fuimos capaces de lograr lo imposible a pesar de las adversidades y de las piedras por el camino. Gracias Emma por sanarme, por darme vida de nuevo.