Patas arriba
Hace ya casi 4 meses que comenzó mi aventura de la maternidad, y nunca imaginé que una palabra pudiera contener tanta crueldad y tanta belleza, a partes iguales. La verdad es que, para mí, el embarazo fue pura “jauja” en comparación. Vale, sí, un poco de malestar durante el primer trimestre, la espalda un pelín dolorida durante unas semanas (já, ilusa de mí cuando pensaba que el dolor desaparecería tras dar a luz…), el inconveniente de no poder comer lo que me apetecía… y los nervios, claro, que siempre están ahí, pero son unos nervios positivos, llenos de ilusión y de imágenes de bebés angelicales que duermen, sonríen y apenas lloran. Y eso que mi vida durante el embarazo ya empezó a dar giros de 180 grados. Para empezar nos mudamos de país (de UK a España), algo que anhelábamos, pero a sabiendas que echaríamos de menos la tierra que nos había dado cobijo durante 5 años. Mi pareja comenzó un nuevo trabajo justo un mes antes de ser padre, yo me quedé sin perspectivas profesionales claras y empezamos desde cero en una ciudad en la que, todavía, no conozco a nadie.
Y llegó el momento del parto, con unos días de retraso y feliz, porque solo 2 días después tenía prevista la inducción, debido a una diabetes gestacional detectada en el octavo mes de embarazo y de dudosa fiabilidad (pero claro, hay que ser un loco/a para desobedecer a la autoridad médica… que por cierto carece totalmente de conocimientos de nutrición, pero esto ya es otro tema), y con ello me puse manos a la obra con todos los remedios naturales que conocía (no sé si alguno funcionó o simplemente Martín lo veía venir y prefirió salir antes de que lo forzaran). Gracias a los libros que me leí durante el embarazo, mi visión sobre el parto se transformó y me enfrenté a esa maravilla natural con optimismo y muchas ganas. Afortunadamente fue rápido (unas 6 horas), lo que significa que las contracciones eran intensas y muy frecuentes, así que acabé poniéndome la epidural cuando solo me quedaban 2 horitas para ver por primera vez a mi retoño. Pero todo fue estupendo y, quitando la matrona que me atendió en el expulsivo (la mala suerte hizo que justo hubiera cambio de turno), volvería a repetirlo una y mil veces (al menos, antes que volver a pasar por la tortura que supuso para mí el primer mes y medio). Fue una experiencia tan extraordinaria, que recreo en mi cabeza para seguir empoderándome y alegrándome el día (cuando lo necesito).
Pero después comenzó lo que llaman el “puerperio”, de lo que yo no había oído hablar antes y que más bien describiría como desbarajuste y desconcierto absoluto que empiezo a dudar si alguna vez me abandonará. Bueno, lo de la cuarentena sí lo había oído, pero pensaba que la cosa se reducía a no poder tener relaciones sexuales durante 40 días (jajaja, hay que ver hasta dónde llega la misoginia humana…) Y eso que gracias a familiares cercanos con hijos pequeños ya venía un poco advertida. Pero oye, que yo era una persona fuerte, tranquila, responsable, hecha a los cambios y bien informada, sobre todo eso. Colecho, porteo, lactancia materna… y todo solucionado (jajajajajaja). No tenía por qué pasarme a mí, además apenas tenía secuelas del parto, solo dos puntos de episiotomía que se me curaron enseguida. Pues no, mi problema desde luego no fue la episiotomía, sino las grietas en los pezones que me hizo ya en las primeras dos horas de vida, y las no 1, ni 2, ni 3, sino 4 mastitis que sufrí hasta que tomé la decisión de dejar la lactancia, por su bien y por el mío, con toda la pena de mi corazón y la frustración que todavía hoy me acompañan. Porque sí, me informé bien informada, fui a los grupos de lactancia e incluso contraté a una asesora privada, pero no hubo manera… y todavía hoy hay quien me dice que seguramente se podría haber solucionado con una posición adecuada (a lo que yo respondo con una sonrisa y mirada sarcásticas). Estaba tan convencida de los beneficios de la lactancia y de que iba a salir bien (gracias, imágenes idílicas, por hacer el mismo flaco favor a las mujeres que los cuentos de princesas), que quizá fue eso parte del fracaso. Todavía hoy, cuando me topo con madres amamantando dulcemente o las típicas listas de razones en pro de la lactancia que proliferan en las redes sociales, me corroe la culpa, la incomprensión y la ira, porque al final nada es como te cuentan, o como tú esperas.
Y así pasé el primer mes y medio, luchando conmigo misma, con los demás y con un bebé que no paraba de llorar porque siempre tenía hambre y no cogía peso, con los pezones en carne viva y reacia a usar pezoneras y darle suplemento, y la mayor parte del tiempo sin poder moverme de la cama, con 40 de fiebre y dolores por todo el cuerpo (no sé qué hubiéramos hecho sin la ayuda de los abuelos y abuelas). Puede que no me asesoraran adecuadamente, puede que si hubiera empezado a poner remedio desde el principio se hubiera solucionado (según la asesora, Martín ejercía una succión “extraordinariamente fuerte” y me recomendó ir a un fisioterapeuta especializado), pero llegó un momento en que ya no tenía fuerzas para seguir intentándolo, así que me eché unos lloros curativos y a pasar página. Siempre recordaré el afecto y la comprensión de algunas madres sanitarias y de los grupos de lactancia con las que me topé durante este proceso, que me ayudaron a no ser tan dura conmigo misma y a lamerme las heridas (no así otras que insistían en que dejara el suplemento y continuara con el suplicio, porque algo debía de hacer mal en casa ya que cuando ellas me veían el bebé mamaba perfectamente).
Fue entonces cuando comencé a disfrutar poco a poco de mi monito (todavía la palabra “hijo” me resulta extraña), lo cual no quiere decir que dejara atrás el puerperio (acaso se supera en algún momento? y, si es así, cómo se llama entonces lo que viene después?) “La crianza es muy dura, qué te pensabas”, dice mi pediatra. Hombre, yo había escuchado lo del cansancio y las noches sin dormir, que los cólicos pueden ser muy estresantes, que hay que tener paciencia… pero qué más da, es que no has visto la cara de felicidad de las madres con sus bebés que salen en todos los anuncios, revistas, etc? está claro que la maternidad es principalmente eso (espero que se note el tono irónico). Pues resulta que Martín no es precisamente un bebé “angelical” o “nenuco” como se suele decir, Martín llora y se retuerce con ganas, hasta el punto de que te duelen los oídos y se te escapa de los brazos (o casi). Y a veces sabes qué le puede pasar, pero otras no, y la paciencia alcanza límites inexplorados, o más bien sobrepasa el límite, y después viene la culpa y el arrepentimiento por haber perdido los nervios durante unos instantes. A ver, que no está siempre llorando, también se ríe, y está tranquilo, y te embobas con sus pequeños grandes logros de los que eres testigo a diario. Por no hablar de ese amor animal que te inunda cuando se duerme plácidamente en tus brazos y le olisqueas como loba en celo (eso sí, suavemente para no despertar a la bestia).
Pero no solo fueron los problemas con la lactancia; la fiesta hormonal y el ajuste a la nueva situación también hizo (y sigue haciendo) de las suyas. Días en los que no puedes parar de llorar, sentirte incapaz de tomar decisiones o de mantener una conversación mínimamente “racional”… es como volver a ser bebé, yo también. Más tarde puse nombre a toda esa revolución que me ha dejado patas arriba, gracias al libro de Laura Gutman, “La maternidad y el encuentro con la propia sombra”. Ella compara la maternidad con mudarse a otro planeta, y yo no podría escoger un ejemplo mejor.
Y así empecé a leer otros blogs, y descubrí que lo que me estaba pasando entraba dentro de lo normal (una vez que ya pasa lo peor, porque cuando estás en plena borrachera hormonal ni siquiera eres consciente de ello). “Benditas” redes sociales que han reemplazado de forma virtual la vida en comunidad, porque si de algo me he dado cuenta en estos meses, es de que vivimos mal. La crianza es dura, porque los hijos no están hechos para ser criados por una o dos personas solas, los hijos están hechos para ser criados en comunidad. Yo, que me consideraba tan independiente y hasta disfrutaba de la soledad, esta nueva situación me pilló totalmente en bragas, y mientras se avecinaba la primera semana que iba a pasar sola con mi bebé (mi pareja no vuelve de trabajar hasta las 6,30 de la tarde y no tenemos ayuda cerca), el monstruo del miedo se hacía más y más grande. Al final nos apañamos, claro, como se apaña todo el mundo, lo que no quita que mis días, a veces, consistan en sobrevivir, y vale. Me parto de risa (por decir algo, pues también opinaba lo mismo antes de dar a luz) cuando mis amigas sin hijos (la mayoría) todavía me sueltan un, pues practica algún hobbie, o busca trabajo, porque todo el día sola… já, já. Es cierto que poco a poco voy teniendo un poco más de tiempo para mí, y que más o menos me voy acostumbrando al cansancio crónico, pero hubo días (no muy lejanos) en los que ser capaz de poner el móvil a cargar ya era toda una hazaña. Porque yo también me leí los libros de Carlos González, y “El concepto del continuum”, y no sé cuántos más, pero oye, eso de que con el porteo tendrás tiempo de hacer tus cosas porque mientras el bebé esté contigo él estará a gusto, no funciona, o al menos no con Martín. Así que no me vengan con cuentos de que la crianza con apego lo soluciona todo, porque lo único que hacen es crear expectativas que después no se cumplen, como siempre (o es que lo entendí mal?). Lo cual no quiere decir que no lo intente llevar a cabo como buenamente puedo, pero también he aprendido a ser más flexible, porque al fin y al cabo la teoría que más me está funcionando es la de toda la vida (la del ensayo/error). Con todo esto, decir que aunque soy atea he vuelto a rezar, y doy las gracias al Universo cada vez que mi bebé duerme una hora entera sin despertarse durante la siesta. Y cuando un día se nos da bien y no lloramos, y nos dormimos fácil y largamente, ya no pienso que estamos avanzando, sino que hemos tenido suerte (y por si acaso he dejado de tirar de la cadena, no vaya a ser que se despierte con el ruido…)
Supongo que también tiene algo de generacional, porque a las mujeres de mi época nos han educado a que podemos con todo, a que no debemos renunciar a nuestra carrera profesional ni a nosotras mismas por cuidar de los demás, lo que viene a ser una “superwoman”. Dado lo mucho que queda por avanzar en corresponsabilidad y conciliación, especialmente en España, pues a ver de dónde sacamos el tiempo para todo eso (no dormimos? eso ya lo hacemos, y ni aún así!). Lo definiría como estar atrapada entre dos mundos, el de juventud, independencia y búsqueda del éxito profesional que hemos dejado atrás, y el de la maternidad. Seamos realistas, es imposible física y psicológicamente poder con todo, más aún teniendo en cuenta lo solas que nos encontramos en esto de la crianza; pero la sociedad (y por ende nosotras mismas) nos lo exige. Así que lo intentamos, y cuando vemos que no podemos nos frustramos más, hasta que pasamos el duelo de decir adiós a uno de los dos mundos, o a un pedacito de cada uno, y volvemos a empezar.
No me imaginaba que la desconexión del mundo “real” iba a ser tan brutal, lo que se intensifica aún más por lo aislada que me siento en esta ciudad donde acabo de aterrizar. Mis viejas amistades parecen estar a años luz de mi planeta, y la única persona a la que parece que me siento más cercana que antes es mi madre (supongo que por razones obvias). Porque seamos francas, la vida en pareja prácticamente desaparece, y como se suele decir, con un bebé nacen también unos padres, lo que conlleva tiempo (mucho, a veces demasiado) para recomponerse, redefinirse y volver a encontrar esos momentos que antes nos unían (qué decir que con los abuel@s cerca eso sería más fácil). Y para “poner la guinda al pastel”, digamos que nunca antes había experimentado tan de cerca la crudeza que supone el escaso reconocimiento social de la labor de crianza y cuidados que muy bien explica el feminismo. Por mucho que mi pareja esté a tope con la causa, la realidad es que la situación que vivimos nos fuerza a reproducir los roles de género la mar de bien, qué casualidad. Si eso, otro día me extenderé más con este tema y otros, porque creo que por hoy basta de vomitar entrañas, que si no me quedo sin ninguna.
Voy a atender a mi monstruito, que ya se ha despertado.