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Por tu propio bien

Por tu propio bien

Marta Sánchez Blanco

martasanbc@gmail.com

Todo comienza y, por fin, todo termina. Ha llegado el momento y la espera se disipa. Puedes ver el final del camino y aunque se han empeñado en decirte hasta la saciedad que éste es una cuesta empinada, casi insalvable, tú sientes que puede ser algo muy distinto, quizás serpenteante, sinuoso, lleno de recovecos, pero para nada penoso, sino todo lo contrario. Ese tramo final puede ser el culmen maravilloso a este viaje de transformación que iniciaste hace ya alrededor de doscientos ochenta días.

Ese viaje quizás no ha sido el que planeaste. Quizás no ha sido exactamente lo que esperabas y eso es lo maravilloso. Te has abandonado deliciosamente a lo inesperado por la mente dejándote guiar por la sabia brújula de tu cuerpo. Has caminado por sendas arboladas, verdes y frescas, cargadas de frutos maduros listos para saborear. También has pernoctado en posadas oscuras donde el sueño no ha vencido a los ardores, a las molestias, ni a los cansancios. Y has sentido fuertemente el latir en tu interior de dos corazones que se reconocen por primera vez. Tu sangre ha alimentado su sangre. Tus pensamientos y emociones han alimentado su pequeño e inmenso universo dentro de ti. Tu vientre ha sido su cuna en todos sus momentos, justo hasta este momento. El momento en el que todo comienza y, por fin todo termina.

La ola llega de nuevo, esperada, contundente, desde lo más profundo del mar de tu cuerpo acariciando otra vez tus entrañas y meciendo respetuosa a la creación de tu vientre. Te sientes pesada y a la vez ligera. Tus carnes se abren, tus huesos se inflan, tu yo entero se agranda traspasando los límites físicos y abarcando lugares nunca antes habitados, muy lejos de ti. Lugares que te recuerdan lo que eres, el material del que estás hecha, que te anuncian a quien perteneces libremente y que despiertan a tu conciencia sin mazazo, sino suavemente, con caricias intermitentes que resuenan en el centro de tu centro, en el origen del universo. Y sientes la vida traspasarte llena de fuerza y das luz donde antes había penumbra, y das luz a tu nueva vida, y das luz… a tu hija.

Parir es el principio y es el fin. Es el círculo mágico que crea tu canal de la vida para darse paso. Parir es el privilegio que la madre naturaleza ha otorgado a las mujeres. Parir es el acto de amor con mayúsculas donde un ser da vida a otro usándose hasta la médula. Vivirlo desde la libertad y la veneración a una misma es un derecho que nos ha sido arrebatado. El primer signo claro de la mente represiva inconsciente que la gobernará también a ella, tu hija. Por tu propio bien te han dicho, y le dirán también a ella a lo largo de su vida, como te lo han dicho a ti día tras día. Por tu bien, porque es lo mejor para ti. Hay alternativa, te dicen. Tú decides, te dicen, no hay porque sufrir, hoy en día la “ciencia” puede hacer que no sientas dolor, que dejes de sentir, en definitiva. Y lo crees, a pies juntillas, no te queda otra, la única opción a la que te invitan es abrigar lo que te han hecho creer, que el dolor insoportable, el miedo y la desesperación te van a engullir. Y te lo crees. Y te abandonas cediendo la única vivencia que te pertenece absolutamente. Aquella que te va a enseñar cuan poderosa, fuerte e invencible eres, como mujer, como ser. La experiencia que puede marcar la diferencia dentro y fuera de ti. Quizás por eso mismo ¿verdad? no quieren que la experimentes no vaya a ser que descubras que el mundo no es tal cual te lo han contado. No vaya a ser que despiertes del letargo y te empoderes… y caigas en la cuenta de que no los necesitas.

¿Y los necesitas?

En un lugar y un tiempo donde la mujer sigue desconectada de sí misma, de su cuerpo, de su alma. Donde se prepara para ser obediente, fiel, sumisa hasta en el acto más esencial de su existencia: parir. Y que todo ello se hace sutilmente, enmascaradamente, envuelto en un paño caliente de paternalismo del que ni te das cuenta. De una manera tácita, donde eres traída y llevada por la rutina medicalizada que te absorbe y te aliena, en la que te pierdes, en la que te evaporas. Donde ya no eres tú, sino una paciente que sufre y padece, como si estuvieras enferma, como si dar vida a la vida fuera una enfermedad de la que te tienen que curar. Como si traer vida dentro de ti fuera el peor de los pecados, porque…¡cómo se te ocurre, estando el mundo como está, engendrar y parir! Como si traer un ser humano más a este mundo fuera una inconsciencia que tu dignidad debe pagar. Y en ese lugar esterilizado, yermo de respeto, te violentan, te regañan como a una niña mala por no ser perfecta, por no tener el peso perfecto, ni la curva marcada ni la insulina que toca cuando toca. Y te dejas pinchar, y te dejas hacer. Y te olvidas de ella pensando que no lo haces bien. Ya no confías en ti… otra vez. Eres inútil… no sabes. Pero ellos sí y te van a decir lo que hay que hacer en cada momento. Qué comer, cómo respirar, cómo caminar porque tú no lo haces bien. Y… ¡ ay de ti si osas contradecirlos! Si opinas o cuestionas sus creencias desde tu sentir que sabiamente intenta abrirse camino entre todo este absurdo dominio patriarcal, porque entonces eres una loca y rápidamente buscan una etiqueta que te diagnostique y una nueva pastilla que te haga entrar en razón. Porque la razón es lo único razonable en todo esto. Porque el sentir no tiene cabida. Hay que ser razonable, mujer. Y mejor no hablamos porque este es un tema incómodo, que mueve tripas, que no conciencias ¿verdad? Un tema que incomoda, que rechina, que mejor ni hablamos, porque exageras, mujer, las cosas no son tan graves. A fin de cuentas todo ha salido bien, tú estás bien, tu hija está bien.

Te desempoderas, una vez más. Desconectada, sumisa y aterrada traes a este mundo desde tu morada interior a un nuevo ser, puro potencial, haciendo lo que te dicen o dejando que otros hagan, sin tu permiso, sin tu consciencia, en la más ignominiosa de las ignorancias, tratada como un ser inferior que no sabe lo que le conviene, que tiene que dejarse hacer por su propio bien. Mientras el gran señor, patriarca, investido de ciencia y autoridad viene a salvarte y a salvar a tu hija de tu incapacidad para darle a luz. Te oprime, te atemoriza, y te reprimes, y te encojes, y te haces pequeñita justo en el momento en que tu cuerpo y tu alma te piden que crezcas, que te expandas, que te hagas inmensa junto a la sabiduría de miles y miles de años que te envuelve, que envolvió a tus ancestras, a tus abuelas, a las mujeres que te trajeron aquí, a las que parieron antes que tú. Y a esas vas y las traicionas, y reniegas de ellas para obedecer al mandato de la autoridad competente, para seguir cediendo tu poder a la sociedad ciega de sentido común, el menos común de todos los sentidos, por cierto. Y justificamos lo injustificable, y argumentamos científicamente que es así como tiene que ser.

Y un buen día descubres que otros modos son posibles. Que otras formas de dar a luz y de venir a este mundo son posibles. Respetuosas, amables, calladas y acogedoras donde puedes ser verdaderamente tú. Donde puedes bailar, moverte, ponerte a cuatro patas con tu poder inmenso para darte a la vida y donde ella te responde a gritos dándose a sí misma.

Y te das cuenta de que la vida puede tener otro significado, que puede ser vivida de otras maneras. Que se puede venir a este mundo en completa libertad para poder vivir en él del mismo modo, respetado para poder respetar, amado para poder amar, comprendido para comprender, iluminado para iluminar. Porque no puedes dar aquello que no tienes, aquello que te han negado, lo que no te han permitido.

Y parece que esto nadie lo ve. Y seguimos ciegos, y está pasando a cada segundo. En cada hospital, en cada maternidad. Y hay quien da gritos desesperados para que esto termine, para que esta violencia invisible sobre nosotras y nuestros hijos en parto acabe. Y parece que muy pocos oyen que las madres queremos dejar de ser sumisas y de tener miedo. Porque deseamos usar nuestro poder natural en este acto y entregarlo a nuestros hijos para que lo sientan y lo encarnen, alimentando así su propia luz que alumbrará nuevos caminos de cuestas empinadas que se transformaran en sinuosos recovecos cargados de posibilidades. Necesitamos ser visibles, que alguien nos vea y alce la mano en nuestro nombre para dar luz al dar a luz, y los lugares de parto pongan sus conocimientos y técnicas al servicio de la naturaleza, apoyándola, acunándola, respetando la llegada de ese nuevo ser desde el silencio, desde la admiración, desde lo más profundo de su humanidad para decirle que es bienvenido, que se le esperaba con ilusión, con amor, con alegría por todo lo que es y será en este mundo. Desde la humildad de la sabiduría y no desde la prepotencia del saber. ¿Imaginas mujer transitar por ese camino acompañada de una medicina amorosa que te respeta y confía en ti, que abre sus brazos a la nueva vida calladamente, con los ojos bien abiertos para celebrar esa nueva vida que tu vientre vierte a este mundo? ¿Te imaginas?