Relato de Cristina, mamá de Carla.
Estábamos esperando a nuestra segunda hija. Se llevarían dos años y tres meses. Fue un embarazo muy deseado y completamente normal: controles normales y me encontraba contenta, disfrutando de mi barriguita. Quizá también porque guardaba un excelente recuerdo de mi primer embarazo: un embarazo sin complicaciones y un parto estupendo, parto natural, muy respetado y corto (para ser primeriza). Cuando estaba de seis meses, por motivos de trabajo de mi marido nos tuvimos que mudar de ciudad. Una mudanza con niña pequeña, barriguita... Pero teníamos mucha ilusión porque aumentaba la familia y montamos una casa acogedora para nosotros tres y nuestro bebé, que se llamaría Carla. Cuando llevé a mi hija mayor a la guardería, me comentaron que había un ginecólogo que estaba "de moda", que era muy agradable y me dieron el teléfono de su consulta privada por si quería ponerme en contacto para que me llevara el embarazo y parto. Hice amistades en la zona y habían oído también hablar de este ginecólogo y me lo recomendaron. Me puse en contacto con él y me llevó el último trimestre de embarazo. El 2 de enero de 2009, me citó para ponerme monitores.
Era viernes y los viernes citaba para ello a todas las embarazadas que estaban llegando a término; creo recordar que tenía dos días para monitores: lunes y viernes. A mí siempre me citó los viernes. Llegué por la mañana, me pusieron monitores y... ¡¡Sorpresa!! Me dijeron que me quedaría ingresada para inducirme el parto porque tenía polihidramnios (líquido amniótico aumentado) y consideraban que como faltaban tres días para cumplir treinta y ocho semanas y la niña ya pesaba unos 3,500 kg no quería ¡¿correr riesgos?!... Bueno, eso me dijeron y yo accedí a ello porque creía estar en manos de un buen profesional. Llamé a mi marido para comentarle la noticia y que me trajera la bolsita con la ropita del bebé y mía, ya que se trataba de una clínica privada. Me dieron habitación, la matrona me puso un gel vaginal y a esperar. Me empezaron a dar contracciones y estaba muy molesta. No me monitorizaron más hasta las once y pico de la noche, que me bajaron a paritorio.
Tan sólo venía la matrona de vez en cuando para hacerme tactos vaginales porque me encontraba muy incómoda. Me decían que apenas había dilatado y a esperar. Éramos unas cinco parturientas ese día. Tenían sólo dos monitores: uno en el paritorio y otro para el resto. Como decía, a las once y pico me bajaron a paritorio porque ya tenía 2cm de dilatación: me pusieron la epidural, rompieron bolsa, oxitocina... Y me monitorizaron. Yo notaba todo el rato "pataditas" de mi bebé, pero había veces que se iba el registro y volvía, veíamos desaceleraciones en el ritmo cardiaco del bebé y se lo decíamos a la matrona que estaba en paritorio con nosotros, pero no le daba importancia. Se lo dijimos también al ginecólogo en uno de los momentos que vino al paritorio y tampoco le alarmó nuestro comentario, nos dijo que no nos preocupáramos, que estaba todo bien. La matrona, que estaba rellenando papeles en la misma sala, venía de vez en cuando para hacerme tactos y comprobar la dilatación. En uno de los tactos, comprobó que aún no había dilatado por completo y aumentó en el goteo la dosis de oxitocina.
Al ratito comenzaron a darme unas contracciones fortísimas. La matrona no ponía buena cara cuando hacía los tactos, porque no tenía clara la posición que tenía el bebé. Me habían dicho que cuando notara las contracciones empujara, pero llegó un momento en que no sabía si seguir o no, porque eran muy seguidas. Vino la matrona, ya tenía diez de dilatación, hizo una llamada perdida con su móvil al ginecólogo y éste apareció en breve. Tactó y tampoco ponía buena cara. Invitó al pediatra a asomarse y éste hizo un gesto con los hombros como diciendo que no sabía... Yo no me alarmé porque seguía sintiendo a mi bebé. Las contracciones eran cada vez más fuertes y más seguidas. El ginecólogo hizo una maniobra con su mano intentando colocar al bebé; me molestaba bastante, pero tenía la esperanza de que acabaría pronto y tendría a mi pequeña en brazos. Entre tanto pidió que se preparara el kit de cesárea, pero faltaba un medicamento, pre-par inyectable, y mandó a una enfermera por él. Aún no había venido la enfermera y mandó a la matrona que le ayudara con la ventosa para sacar al bebé.
Vi salir a mi niña... Di en alto las gracias por que ya estuviera aquí... No me la ponían encima como yo recordaba con mi primera hija... Pero no me alarmé. Mi marido decía con la voz entrecortada "no se mueve, doctor"... Nadie le contestaba, pero yo pensé que serían los nervios que habíamos pasado, que estábamos asustados. Cortaron el cordón delante de mí y no pude ni tocarla, inmediatamente se la llevaron a otra sala... Llamaron a mi marido y, al escucharle llorar en alto, supe que había ocurrido lo peor que a unos padres les puede ocurrir: Nuestro bebé había fallecido.
No me dieron ninguna explicación...
Me decían que quizá el bebé no pudo respirar al salir, que no se sabía... Pese a mi voluntad, me sedaron y lo último que recuerdo es que me quedé dormida llorando, secándome las lágrimas con dos gasas que me dejaron. Cuando me desperté estaba en otra habitación distinta a la que me habían asignado al ingresarme, porque preferían que no estuviera en la planta de maternidad, por muchos motivos. Prefiero no recordar esos momentos porque aún puedo sentir el dolor, la angustia, la ira... No entendía nada. Nos tocaba vivir momentos dulces, dar la bienvenida a una nueva vida y de repente estabamos viviendo un duelo, el duelo de un hijo y no nos daban ninguna explicación del porqué, qué ocurrió si nuestra hija venía bien...
Pedí el alta voluntaria. La llegada a casa sin el bebé fué un calvario. Mi hija mayor esperaba vernos con el bebé en brazos, la gente nos preguntaba por la calle, los amigos y los familiares llamaban para saber si ya había nacido... Duele, duele mucho recordarlo y eso que ya han pasado dos años. Unos veinte días más tarde nos dieron los resultados de la necropsia: nuestra pequeña estaba absolutamente bien. La presentación de la niña era de cara. La sacaron con ventosa... Tenía la señal de ésta en la frente, intensa cianosis facial y luxación cervical. No dábamos crédito a lo que estábamos leyendo.
A continuación pasamos a la consulta del ginecólogo, al cual pedimos explicaciones, pero nos contestaba que él era capaz de sacar a los bebés que vinieran con presentación "de cara" con ventosa y que volvería a hacerlo así si se le presentara otro parto con estas características... ¡¡¡LO VOLVERÍA A HACER!!! También nos enteramos después de que hubo sufrimiento fetal, que queda reflejado en la poca monitorización que me hicieron.
El resto... Os podéis imaginar. En nuestras vidas ha marcado un antes y un después.
Con el tiempo y después de mucha terapia consigues volver a tu día a día, pero... Aunque nuestra hija Carla ya no está con nosotros, crece en nuestro corazón y nuestro pensamiento. Todos los días me imagino las cosas que ya haría si viviera, cómo estaría de grande, cómo jugaría con su hermana mayor... Decidimos tener otro hijo. Una prueba de fuego, porque teníamos que pasar nueve meses de angustia hasta pasar de nuevo por un parto. Otro embarazo normal y... Un día antes de salir de cuentas me programaron una cesárea por petición mía porque volvía a tener polihidramnios, presentación del bebé inestable y volvieron todos los miedos que viví a mi mente y no podía con la presión de pensar si podría pasarnos de nuevo. Afortunadamente tuvimos a nuestra tercera hija. Pero siempre nos faltará Carla, una niña muy deseada, muy querida. Que iba a venir a una familia que estoy convencida le iba a hacer muy feliz e íbamos a ser muy felices con ella. Que teníamos mucho amor para darle, muchas cosas que contarle, que enseñarle, que vivir con ella... Que inexplicablemente y por causas en las que aún me atormenta pensar, se fue... Para siempre. Y yo lucho desde entonces para que se reconozca la verdad de lo que pasó y que nunca le vuelva a pasar esto a nadie. Que nadie, absolutamente nadie merece pasar por el dolor que nosotros hemos pasado.
CARLA, TE QUEREMOS.