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Relato de mi parto natural

Suena el despertador a las 7:30 y empezamos la semana 41 de nuestro embarazo, teníamos cita a primera hora para realizar el segundo PT. Yo me siento estupendamente como durante todo el embarazo, radiante, tranquila, sin sensación de nada inminente pero con ganas de que llegue el momento. El PT indica que todo está en orden, sin signos de mucha actividad aún en mi útero y paso a que me vea la gine, único momento de toooodo el proceso que puedo criticar, y de hecho lo hago, momento en el que se me hace el tacto, y se realiza estimulación del mi cuello del útero, provocándome dolor y sangrado, y es en ese momento cuando todo se desencadena.

El relato que sigue no hará referencia a ese detalle que provoca que mi hija (primera hija, primera sobrina y primera nieta en la familia) venga a este mundo de una manera maravillosa, pero me hubiera gustado haber podido esperar a que el trabajo de mi parto hubiera empezado por sí solo. Quiero que quede constancia de ello. Mi propio hermano tuvo que salir de la ciudad por asuntos personales ese mismo día y ni él ni yo pensábamos que no iba a estar cerca en el momento cuando nos despedimos por la mañana. Era un momento muy especial, nos habían autorizado a filmar el parto en el hospital y él era quien se iba a hacer cargo, como director de cine experimental que es.

Algo se ha revuelto dentro de mí, la sensación de calma en mi útero no es a la que estaba habituada. Toda la familia nos reunimos a comer en casa y en la sobremesa comienzan unas contracciones a las que tampoco estaba acostumbrada (desde los seis meses sentía las contracciones de Braxton-Hicks). Comenzamos a contabilizar y registrar las contracciones, su duración y el tiempo entre ellas, como algo anecdótico, por el hecho de sentir algo diferente, pero sin ser consciente de que estaba empezando mi parto. Recibimos visitas por la tarde, niños corriendo por casa, amigos que vienen a cenar, vida normal. Durante toda la tarde las contracciones pasaron de sentirlas cada hora, a cada veinte minutos, cada quince... ya a medianoche cada 10, alguna esporádica cada 8, 7 minutos, y cada vez más intensas, pero muy llevaderas y disfrutadas, echando unas risas con un grupo de amigos, mi madre y mi pareja.

Aún no sabía que estaba realmente de parto, pensando que mi útero estaba despertando pero sin ser consciente que ya estabamos trabajando. Aún así, curiosamente mi pareja tomó el relevo como director y comenzó a filmar escenas para nuestro recuerdo. Filmamos la reunión con los amigos, donde me tapo la cara vergonzosa diciendo que aún no es el momento, filmamos en la ducha, respirando y relajandome. Antes de irnos a la cama llamo a mi hermano y le digo que no sé si llegará a tiempo, pero apenas ha descansado y no puede venir conduciendo de noche a esas horas. Nos despedimos y estamos en contacto.

A las 2:00 de la madrugada se van todos a sus casas y mi pareja y yo nos subimos a la cama, yo con intención de dormir hasta la mañana, esperar a que llegue mi hermano y llegue el momento, pero todo pasa muy rápido. Las contracciones se hacen cada vez más regulares, intensas y frecuentes, pasando a ser cada 5 minutos. Los masajes con la pelota en mi espalda que me hace A. me vienen muy bien en un inicio, pero cuando las contracciones pasan a ser tan frecuentes cada 3 minutos y tan intensas que me hacen aferrarme al colchón, le digo que deje de hacerme los masajes.

Siento que estoy perdiendo el control, mi control sobre mi respiración y mi consciencia para atravesar el dolor y visualizar mi útero respirando se me está yendo de las manos. Después de todo lo que he estado intentando prepararme para tener el parto que quiero, con placer, sin miedo, después de todo lo leido, de haber aprendido de las experiencias de otras mujeres que han decidido como parir, como disfrutar de ese momento único en sus vidas, de haber preparado con A. mi suelo pélvico a conciencia para evitar complicaciones.

Llegan las 4:30 de la madrugada y mi madre, que se está quedando unos días con nosotros, sube a ver que tal me encuentro. Le digo que creo que no voy a poder hacerlo, las contracciones son más intensas de lo que esperaba ya y creo necesitar ayuda. Mi madre me sonríe con ternura y dice que no pasa nada, que vayamos yendo al hospital y allí haga lo que crea que tenga que hacer. Pero me conozco, sé que después de haber tomado mi decisión de parir sin analgesia epidural, y tenerlo muy claro, el echarme atrás sería una frustración para mí. De todos modos, estoy dudando de mi misma y de mi control sobre mi útero. Me pongo de pie, consigo vestirme y coger cuatro cosas necesarias y A. y yo vamos adelantándonos en un coche, mientras mi madre espera a la madre de A. para ir juntas. Mi padre es avisado y también va hacia el hospital.

Estamos a 5 minutos del hospital, y la contracción que vivo en el trayecto en el coche es la única con la que me permito gritar, quiero tener fuerza, controlarme. Tras llegar a admisión y dar los datos deambulamos por los pasillos vacíos hasta la puerta de los paritorios. Me recibe V. con una cara sonriente y me hace pasar sola un momento, me desnudo y se dispone a hacerme el segundo tacto de mi vida en el mismo día, con una diferencia abismal, sin ninguna molestia, y me informa de que he llegado con 8 cm de dilatación, todo el trabajo en casa, como quería haber hecho, y estaba hecho. Me preguntó si quería epidural, y casi con lágrimas en los ojos le contesto que en principio no la quería pero que estaba dudando, me dice que el trabajo está prácticamente hecho, que tengo algo de tiempo para decidir pero que ya estoy muy avanzada. También me pregunta porqué quiero hacerlo sin epidural. QUIERO VIVIRLO, le digo. Le pregunto si va a doler más, no sé si toleraría más intensidad. Me contesta que más intenso no pero que no me puede asegurar cuanto tiempo más voy a estar, pero sólo quedan 2 cm para la dilatación completa. Me reconforta, cojo fuerza de dentro de mí y le digo que sigo adelante con mi decisión.

Entra A. y nos acompañan a la sala de dilatación, siento que quiero empezar a empujar, 9 cm de dilatación. A. pone la cámara en marcha, le muestran la bolsa íntegra que se vislumbra, azulada, perfecta. Siento que quiero empujar más, casi continuamente, ya estamos en dilatación completa y deambulando pasamos al paritorio 2. Estamos solos en todos los paritorios, han tenido varios partos pero ya no hay nadie más que nosotros, V. y una residente de matrona muy entrañable, una auxiliar de enfermería y nosotros dos. Al pasar al paritorio se une una nueva matrona y me ayudan a acomodarme en la camilla.

Colocan el arco en la camilla con el que me ayudaré a empujar, primero cogiéndome con las manos, quedando prácticamente en cuclillas y después empujando con mis piernas tumbada.

Ya no tengo dolor, las contracciones han pasado a ser otra cosa, sensaciones diferentes. Necesidad de empujar, de ver a Mia. Se rompe la bolsa en el primer empujón y siento alivio, y más necesidad de empujar. En menos de media hora y después de 4 pujos, con los ojos cerrados en todo momento, centrada en mi respiración y en mis sensaciones, recibiendo besos y ánimos de A. Mia sale sonrosada, preciosa, con fuerza y me la colocan sobre mi pecho aún con el cordón, se me caen las lágrimas. Mi madre ha podido entrar y la oigo a mi lado, ve mis manos en las de Mia, ella tiene sus recuerdos, ella parió con placer, dos veces.

Sin analgesia, sin desgarros, atravesando el dolor a través de mi canal del parto. Me siento grande, mujer, madre, Loba.

Quiero dar las gracias al equipo que me acompañó en el hospital, por su profesionalidad, por respetarme en todo momento y por disfrutar conmigo como lo hicieron, son parte de ello.


Espero que disfruteis de mi relato como yo lo hice de mi parto.