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Relato de PVDC desde Venezuela

Mi nombre es Alexandra quiero contar mi historia a ver si sirve de inspiración a alguna que como yo esté buscando aclarar sus dudas, renovar su confianza y sentir más seguridad.

El contexto de mi experiencia es que soy de Venezuela, un país con un altísimo índice de cesáreas y donde el parto no se caracteriza por ser humanizado.

Hace cinco años salí embarazada por primera vez, siempre quise parir a mi hijo y fui muy ingenua al pensar que solo bastaba decirle al médico que eso era lo que quería para que él respetara mi decisión.

Al cumplir 38 semanas fui a hacerme un tacto en el que el médico sin mi consentimiento hizo una maniobra para estimular el trabajo de parto (Hamilton), esto causó que a las horas rompiera membranas y como no había sentido contracciones ni dilatado nada. Fue su excusa para realizar la cesárea.

Nadie me dijo que me quedaría una cicatriz emocional tan profunda. Mi depresión fue terrible yo no me reconocía como madre y tampoco veía a mi bebé con amor... él lloraba y me daban ganas de llorar a mí. Fueron días muy duros donde me tragué todo porque nadie me advirtió que era normal sentirse así después de que te roban la naturalidad de tu proceso.

Pasados tres años leí un testimonio de pvd2c de "el parto es nuestro" y me llené de esperanza. En mi país cuando el primero es cesárea los demás también deben nacer así. Leí todos los relatos que pude, me inscribí en la lista de apoyo cesárea y busqué una doctora en mi ciudad que es muy reconocida por promover el parto humanizado, la lactancia y la crianza con apego.

Cuando el positivo llegó me llené de alegría por esta nueva oportunidad ahora de demostrar no nada más que podemos parir sino que parir después de cesárea también es posible y me embarqué en esta aventura. Leí testimonios, páginas de medicina, aprendí a conocer mi cuerpo pues estaba hundida en la ignorancia y arrastré a mi esposo, quien a pesar de sus dudas me siguió en la locura.

Hicimos un curso sobre el parto respetado y contratamos una doula excelente... cuando la semana 38 llegó pues mi bebé no estaba lista, en el tacto mi cuello aún estaba largo y cerrado. Así fue la semana 39...la 40... e iniciaron las contracciones en las noches y en las mañanas se iban. Todas las madrugadas llamaba a mi esposo y mi doula pero nada avanzaba, me sentía triste y frustrada, además de que mi madre no ayudaba, no entendía mi empeño por esperar, ella llegó a decirme que yo debía aceptar que mi cuerpo no estaba hecho para parir… uno no espera comentarios tan duros del ser que te dio la vida.

En mi país no suelen esperar más de las 40 semanas ¡tenía el fantasma de la cesárea respirando en mi cabeza! Cada contracción la recibía con más ilusión que dolor pero nada... 3 días antes de cumplir la semana 41 me despertaron las contracciones y cuatro horas después boté el tapón mucoso, pensé que había llegado la hora y no... todo se paralizó de nuevo!

Al cumplir la semana 41 tenía cita para programar la cesárea, la noche anterior hablé con mi hija y le dije que había hecho todo lo posible para darle el nacimiento que ella merecía pero que ya no podía forzarlo más y lo dejaba en sus manos... nuevamente a la 1 am iniciaron las contracciones. Aguanté las primeras horas en mi cama, al hacerse más fuertes como a las 3 am me metí al baño con mi pelota de pilates y entre los rebotes y la respiración controlaba el dolor. Incrédula de haber iniciado el trabajo de parto no le avisé a mi esposo quien seguía dormido, ni a mi Doula.

Sola en el baño, viví mi trabajo de parto hasta las 5 am que se despertó mi esposo a trabajar y me vio. Me preguntó la intensidad y la duración y ya eran muy seguidas, todo fue muy rápido, él llamó a mi Doula y ella a su vez a mi doctora para que me recibiera en la clínica.

Como a las 6 am fui a orinar y vi que me bajaba sangre por la pierna y me dieron ganas de evacuar... mi doula me dijo por teléfono que lo hiciera que era normal pero yo no quería, estaba sola con mi esposo en casa y tenía miedo. Las contracciones eran tan intensas y seguidas que no podía respirar profundo ni hablar ni pensar... de repente sentí dos contracciones tan fuertes que me guinde del cuello de mi esposo y sentí que me partía en dos y un ardor muy fuerte y supe que ese era el tan comentado aro de fuego... ya no había vuelta atrás: mi hija nacería en casa sin médicos sin doulas sólo papá y mamá y me inundó un miedo horrible, me sentí irresponsable por haberme empeñado tanto en parir no fui a la clínica por miedo a una cesárea.

Sentí que la vida de mi hija estaba en riesgo... mi esposo me decía que no pujara pero ya no podía evitarlo. Él bajó a prender el carro y mientras yo me quedé sola algo se apoderó de mi, no era yo, agarré una toalla la tiré en el piso y me puse de rodillas... las ganas de pujar eran tan fuertes, era algo salvaje y pujé una vez y puse las manos para sentir ¡era la cabeza de mi hija!, estaba calentita y resbaladiza.. pujé de nuevo y salió completita, no puedo describir la emoción que sentí, la coloqué en mi pecho y ella comenzaba a llorar tan viva, tan despierta, me miró con sus ojos bien abiertos y sentí que me decía que todo estaba bien.

Solo podía llorar de emoción, no hubo gritos. Cuando mi esposo entró al cuarto me vio arrodillada en la puerta del baño con la bebé en brazos! Él estaba asustado pues pensaba que ella se había lastimado, lo tranquilicé y con la doctora en altavoz siguiendo sus instrucciones me ayudó a acostarme en la cama mientras ella lo guiaba para cortar el cordón cuando dejó de latir. No teníamos tijeras quirúrgicas ni nada esterilizado, así que ella le dijo que agarrara unas de la escuela de mi hijo, las pasara por fuego y luego les echara alcohol.

Al dejar de latir el cordón, mi esposo amarró dos pedazos de tela en el cordón dejando un espacio de 4 centímetros y allí lo cortó. Era duro como una manguera. Luego alumbré la placenta, mientras él cargaba a Luciana (a la que habíamos arropado y colocado un gorrito) yo me levanté y pujé súper fuerte y la placenta cayó sobre una toalla.

Mi esposo me vistió y fuimos a la clínica... todo estaba bien, no hubo desgarros, mi hija estaba sana y a las 8 horas ya estábamos de nuevo en casa, felices!

Disculpen lo largo. Pero quiero culminar diciendo que parir no nos hace mejores madres pero sí nos hace sentir que nuestro cuerpo es poderoso, es una experiencia que nos reconcilia con nuestra esencia de mujer mamífera y es injusto que sintamos miedo de acudir a un centro médico porque nuestra sociedad está tan acostumbrada a las cesáreas que esa práctica ya sea lo natural... mi familia no entiende mi empeño pero para mí valió la pena y es algo que pienso transmitirle a mis hermanas menores y a mi hija Luciana, mi pequeña guerrera!

Gracias a todas las mujeres guerreras y luchadoras, a nuestras ancestras y a quienes promueven la humanización del nacimiento, mil gracias!