Ser acompañada por una doula
Mi marido y yo decidimos contratar los servicios de una doula porque sabíamos que al no poder permitirnos un parto natural en casa (personalmente creo que los precios son elitistas y es una lástima que no los cubra la seguridad social), el trabajo y la función de la doula en el ambiente hospitalario se volvía indispensable para nosotros, que deseábamos acompañamiento emocional en un parto respetado.
Mi hija murió unas horas antes del parto. Se le paró el corazoncito misteriosamente y tuve que pasar por un parto inducido y el inicio de un duelo.
Si ya estaba contenta con mi proceso de doulaje, imaginad la ayuda y apoyo que recibí de una mujer madura, de más de cincuenta años, que ya había acompañado un centenar de partos con sus propias singularidades y con la que me une un vínculo muy especial. Porque no hay que olvidar que somos mujeres, no números o camas ocupadas. Y que parir es una de las cosas más grandes que suceden en la vida de una mujer.
Nunca agradeceré suficientemente la presencia de mi doula Lucía en el paritorio.
En mis circunstancias tan desfavorables topé con un ginecólogo cálido y maravilloso, un ángel, que me prometió que si él estaba de turno en el momento de bajar a paritorio no sólo mi marido entraría en la sala. Y así fue. Tuve a mi doula y a mi marido en un momento tan doloroso y triste como dar a luz a un bebé sin vida. Estuvimos juntos durante 24 horas, tuve los dedos de los dos masajeando mi espalda a lo largo de unas 10 horas. La presencia de mi doula me calmaba, ella me relataba lo que iba a suceder, y poco a poco, el momento llegaba.
Una doula es un regalo.
Una mujer sabe eso. Un marido como el mío también.
Un ginecólogo empático y de mente abierta reconoció nuestro fantástico trabajo en equipo.
El parto es nuestro.
LUCÍA MIELE