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Todo tiene su hora...el dia que llegó Lilah

A principios de Marzo (2017), precisamente el dia Internacional de la Mujer, acudí a una profesional del ámbito maternal y charle con ella un rato. Habia tenido molestias en el pecho y mi ginecóloga me derivo a ella. Yo iba a consultarle un tema de lactancia pero, hablando de todo, salió el tema de la cesárea a la que me sometí cuando nació Lilah. Después de un rato contándole detalles me sugirió que lo escribiera. Noto que todavía me costaba explicarlo sin poder contenter apenas las lágrimas y me dijo que tal vez mi experiencia podía servir de ayuda a otras personas. Yo, encantada. Ya había empezado a escribirlo alguna vez, pero se me hacía muy duro. De hecho incluso con la motivación que ella me dio a escribirlo me ha costado un par de meses unir todos los recuerdos, ser consciente de ellos y pasar el dolor que a veces todavía me produce. Necesitaba un empujoncito. Tenía mucho que decir de aquellos días y no había llegado el momento. Pero como bien canta nuestro querido Juan Luis Guerra...todo tiene su hora:


Y esta es la historia del día en que Lilah llegó al mundo:

El día 30 de Octubre, poco después de las 7 de la mañana me levante sobresaltada al oír un ruido, me levante al baño y descubrí que estaba soltando un poquito de líquido, mas de lo que es un pipí normal. Entre a la habitación y le dije a Rubén con una risilla nerviosa: "Creo que tenemos que ir al hospital, aquí pasa algo raro, parece que Lilah ya viene". Era mi primer bebé y como cualquier madre primeriza, me había hecho y desecho mil películas en mi cabeza de como podría ser el momento del parto. Ruben me dijo: "tranquila, tómate tu tiempo, duchate, desayunamos y nos vamos". Así lo hicimos. Al secarme tras la ducha confirmaba que seguía cayendo un líquido transparente piernas abajo. Desayunamos con mi madre y nos fuimos al hospital. Sobre las 9 de la mañana entré por la puerta de urgencias, una parte de mi estaba tranquila porque no tenia ningún tipo de dolor, además había tenido un embarazo muy bueno. Era probable que me enviaran de vuelta a casa, pero por otro lado, si confirmaban que era líquido amniótico, me quedaría allí hasta que Lilah naciera. Y así fue, en pocos minutos me confirmaron que la bolsa se había agrietado y el liquido amniótico estaba saliendo un poquito por lo que me iba a quedar ingresada en el hospital para esperar a que Lilah naciera.

Alrededor de las 10 de la mañana subí a planta, me asignaron una habitación y me dijeron que me iban a dejar una pelota, debía andar por el pasillo, hacer sentadillas y algún ejercicio mas para ver si me ponía de parto. Me dieron un limite de 4 horas para ponerme de parto "por mi cuenta". En la habitación estábamos mi marido, mi madre y yo. No habíamos avisado a nadie más, porque podía ser que fuera para largo, así que, comenzamos el día los tres y la pelota. Tengo buen recuerdo de aquel momento. Tuve la suerte de que la habitación que me asignaron tan solo tenía una cama y eso me daba espacio para moverme y hacer los ejercicios sin tener que salir al pasillo. Comencé a tener pequeñas contracciones que poco a poco se iban acentuando y mi marido me masajeaba la zona lumbar tal y como le habían aconsejado con antelación. Aunque con un poco de dolor, las primeras horas fueron buenas, estábamos emocionados, enseguida le íbamos a ver la carita a nuestra pequeña Lilah, estábamos los tres bromeando, incluso sacando fotos "para el recuerdo". Hubo un momento en que, haciendo una sentadilla, se rompió la bolsa. Bien -pensé- otro paso mas, parecía que las contracciones aumentaban. Las cuatro horas pasaron y alguien me recomendó que pidiera una sopa "el día puede ser largo, y no te van a dejar comer nada una vez que bajes a paritorio". Así lo hice, me tomé una sopita de pollo y enseguida me bajaron a paritorio a seguir el proceso. La matrona que estaba de guardia se llamaba Paqui. Hablamos un poco y enseguida congeniamos bien. Me explicó todo, me dijo que debido a que la bolsa se había agrietado, el liquido había salido y teníamos una serie de horas limitadas para que Lilah naciera, pero que íbamos a hacer todo lo que fuera necesario para tener un parto natural, lo mas natural posible.

En algún momento le pregunte a la matrona si debía llamar ya a la familia, me miró y dijo, “va para largo”, yo le contesté que mis suegros vivían en Barcelona. Entonces dijo, “vale, pues diles que vayan bajando, tranquilos”.

Me pusieron oxitocina y poco a poco las contracciones comenzaron a ser mas fuertes y regulares. A pesar del dolor, estábamos contentos porque este era el camino para conocer a nuestra peque. De estas horas tengo bastantes lagunas, tan solo recuerdo algunos detalles concretos. En mi mente aparece el reloj de la pared de la derecha, recuerdo que giraba rápido, cada vez que lo mirábamos había pasado una hora más. También recuerdo que me gustó que los monitores fueran inalámbricos y me pude estar moviendo por la habitación sin problema, ir al baño y coger posturas para aliviar el dolor. La matrona estaba contenta con mi manera de lidiar con las contracciones, parece ser que controlo muy bien el dolor y ella me alentaba diciendo que lo iba a grabar de ejemplo para las clases de pre parto. Mi marido me ayudaba con la respiración cuando venían los picos fuertes de las contracciones y así, pasaban horas y horas. A todo esto, cada vez que comprobaban la dilatación había dos centímetros, tal vez un poco más, pero no pasaba de ahí.
La matrona me exploraba y ponía caras raras, no sabía en que posición estaba el bebé. Me decía que le podia tocar las fontanelas pero no lograba adivinar en que posición se encontraba. Yo tenía ganas de empujar, pero parecia que el bebé estaba empujando en la direccion equivocada.

Estábamos más o menos contentos porque nos había tocado un ginecólogo joven y aparentemente "enrollado", pero fue una desilusión cuando comenzamos a conversar y nos hizo comentarios del tipo: "¿Que hacen vuestras familias fuera? ¿Es que piensan que pueden empujar por ti? Decidle que se vayan. Aquí no hacen nada! Mañana serán mas útiles descansados, ya los llamareis cuando nazca la niña" Y nosotros, primerizos que eramos y educados que somos, pues callamos y seguimos a lo nuestro, pero cada vez que abría la boca resultaba mas prepotente. Sobre las nueve de la noche mis suegros llegaron desde Barcelona y se encontraron con mis padres en la sala de espera de Urgencias.

Mis padres, mis suegros e incluso alguno de mis tíos pasaron la tarde y la noche en la sala de espera. Estaban preocupados, ya llevábamos dentro muchas horas. Mi madre consolaba a mi suegra diciéndole. -"no te preocupes, en cuanto salgan de paritorio, nos dejaran verlas, aunque sea un momentito en el ascensor"-Toda la vida había sido así, así que ellas tenían esa esperanza.
Cerca de las 2-3 de la madrugada el ginecólogo me dijo que tenía que hacerle una prueba al bebé para ver cual era su nivel de cansancio/estrés. Tengo una imagen grabada de la cara de Ruben cuando el ginecólogo introdujo una aguja larguisima y pinchó en la cabecita de la bebé, era para medir el nivel de cortisol. Parece ser que no le gustó lo que vio y en poco minutos me estaba diciendo que no podíamos esperar más. Tenía que someterme a una cesárea. (*En estos momento que escribo "someterme a una cesárea" me doy cuenta de lo literal que es esta expresión. No podría haber encontrado una palabra más clara para describir mi experiencia en aquel quirófano: "sumisión") . En ese momento se me cayó el mundo encima, ¿cesárea? Tal vez fue mi culpa, el hecho de que yo no hubiera barajado para nada esa posibilidad, lo que hizo quedarme en shock por unos segundos. Quería llorar, gritar, querría haber echado a correr, comenzar todo de nuevo. Todo esto pasó por mi cabeza en ese momento, pero de repente, en ese caos de pensamientos, encontré los ojos de Ruben que me estaban mirando en mi angustia silenciosa. Decidimos, sin hablar, aceptar la situación tal cual había llegado. “Todo va a salir bien”, me dijo mientras lo invitaban a abandonar la sala. No podiamos creer que después de haber estado en el extranjero durante casi todo el embarazo, se iba a perder el nacimiento de Lilah. Enseguida llegó la anestesista para ponerme la segunda epidural. Al salir mi marido de la sala, me cayeron dos lagrimones por las mejillas y respiré hondo pensando que tenía que ser fuerte por el bebé. No me podía venir abajo ahora que ya quedaba tan poco. Me pincharon de nuevo anestesia, las enfermeras me prepararon en un momento y enseguida estaba de camino a quirófano.

Lo recuerdo blanco, frío y con mucha gente. Me sentía muy desnuda, hacia frío y me comenzaron a preparar. Las manos atadas, el gorrito puesto, la vía y la lucecita roja en el dedo. Una imagen nada comparable a lo que una mujer piensa que puede ser el nacimiento de su primer bebé. Recuerdo gente delante de mi, por lo menos tres, gente detrás. Una enfermera se me presentó, me dijo su nombre ( lo recuerdo muy bien pero lo voy a mantener anonimo) y me dijo: “Yo estoy aquí contigo, dime como te vas sintiendo”. De repente me sentí muy mareada, sentí que me iba y avise a la enfermera. Rotaron la camilla hacia mi izquierda hasta que me recupere un poco y enseguida siguieron. Tenia mucho frío. Comencé a temblar, ni siquiera podía hablar, la mandíbula estaba como bloqueada y se me cerraban los ojos. Yo intentaba comunicarme con la enfermera pidiendo socorro con la mirada. Sentí que me moría. Por un momento pensé que no iba a salir de ese quirófano. La enfermera, al ver que estaba empezando a tener convulsiones, preguntó si era normal. La anestesista estaba tan segura de que no pasaba nada, que te hacia sentir ridícula hasta por el simple hecho de preguntar. La oí comentar, "...se habrán solapado las epidurales..." Por supuesto, no entendí nada. Yo solo sabía que nunca me había encontrado tan mal. En ese momento pensé...y que pasa si ahora me muero? Que forma tan triste de morir. Atada a una camilla, desnuda, fría y sin saber cual es la evolución del nacimiento de tu primera hija. Piensas, si me muero por favor que avisen rápido a mi marido, que esta fuera con las abuelas, que por favor coja a mi niña y la arrulle fuerte para que no le falte calor, ni amor, ni nada…y mientras rueda una lágrima por mi cara y pienso que se congelara al caer en aquel espacio tan metalico. Ya no se si ahí estaba consciente, delirando o que, pero en ese momento volví a la realidad y me di cuenta, a pesar de que desde mi posición no veía nada, de que ya habían sacado a Lilah. Silencio. Todos mis sentidos están alerta para escuchar a mi bebé. Silencio. Comienza de nuevo el barullo de preguntas en mi mente. ¿Ya está?, ¿nadie me va a decir nada?, ¿ Debo preguntar? ¿ Donde está Lilah? ¿Por que no llora? Al final pregunté…me dicen que está muy cansada, ha estado muchas horas tratando de salir y ahora tienen que ayudarle a recuperarse. Alguien apareció por detrás de mi y me dijo: aquí la tienes, es tu hija, ¡dale un beso! ¿Un beso?? Después de nueve meses dentro de mi...¿tan solo le puedo dar un beso?. Yo la quiero coger, arroparla, besarla, mirarle esa carita, los labios tan rojos…intento hacerlo, pero me doy cuenta de que sigo atada. Me la acercan y consigo darle el primer besito y me dicen que se la suben a neonatos para recuperarla. En un ratito estaremos juntas, me digo para mis adentros e intento de nuevo no llorar.
De todo esto hace más de tres años. He pasado por otra cesárea (muy urgente y nada traumática) y todavía no soy capaz de explicar esta experiencia ( y menos en voz alta) sin que me salten las lágrimas. La única sensación agradable que recuerdo es la mano calentita de la enfermera que me tocaba los hombros y la cara todo el rato para que yo entrara en calor. Es lo único que me hacer recordar que en ese proceso habían personas reales y que no fue tan solo una pesadilla.
Vi a Ruben en el pasillo y le dije, todavía un poco drogada : “cariño búscala, se parece a tu madre”. La hora y media que pasé sola en la sala de recuperación fue dolorosa. No recuerdo para nada dolor físico, pero me sentí muy sola. Nadie me explico como estaba Lilah ni donde ni con quien. La vi una vez que me subieron a planta. Me pareció extraño no haber visto a mis padres ni a mis suegros, imaginé que estarian preocupados y pregunté que porque no habian subido a vernos. Después de estar 16 horas en la sala de espera, los enfermeros y celadores de aquella guardia dijeron que el ginecólogo que nos había atendido habia dado orden de no dejar pasar a nadie a la habitación. Y sin ningún tipo de explicacion más, cerraron la ventanilla de urgencias y los enviaron a casa. Así se tuvieron que ir a casa, a intentar dormir y esperar al día siguiente para vernos.

A partir de ahi todo fue bien. La niña esta sana y feliz y yo, con un pedazo de cicatriz( bueno, ahora ya tengo dos y cada vez más orgullosa) pero también estoy sana y feliz. Y debido a que estamos sanas y felices, se nos olvida explicar las malas experiencias por las que hemos pasado. Por no hacer sufrir a nuestras madres o a nuestras parejas, por no asustar a nuestras amigas embarazadas o para no ofender a nuestra matrona que es tan maja...Y además, con el sentimiento de culpa de -"encima que mi hijo esta sano, como me voy a ir quejando...-" nos lo tragamos y lo enquistamos para siempre dentro de nosotras.

Me considero una mujer fuerte y muy flexible, me adapto a cualquier circunstancia y acepto las cosas tal y como me son entregadas. Soy defensora del parto natural, pero estoy agradecida porque dos cesáreas (y sus correpondientes profesionales sanitarios) han permitido que mis hijos y yo estemos aquí hoy. Con este escrito tan solo quiero hacer saber que unas palabra amables, unas manos calientes o una explicación sencilla de lo que esta ocurriendo son expresiones muy valiosas y muy bien recibidas por la mujer que esta dando a luz y para ello no se necesita ningún titulo universitario, tan solo hay que ser consciente de que se esta tratando con personas. Todos y cada uno de nosotros venimos del mismo lugar, todos hemos nacido de nuestra madre. Tal vez siendo conscientes de esto, tan solo hay que preguntarse...como me gustaría que hubieran tratado a mi madre cuando yo nací? Y como siempre, el AMOR es la respuesta..