Violencia Obstétrica en la Maternidad de O´Donnel, Hospital Gregorio Marañón
Llegué a las dos de la tarde a urgencias, dos días después de salir de cuentas, con contracciones cada tres minutos (es mi primer parto pero pasaron de ser irregulares a directamente cada tres minutos). La matrona de triaje me dijo que estaban saturados, que tenían los ocho paritorios ocupados y que estaban derivando a otros hospitales. Me revisó, vio que estaba dilatada de tres centímetros, y me mandó a la sala de espera a esperar a que me viera el ginecólogo.
Las contracciones eran cada vez más fuertes, y en una de ellas rompí aguas, delante de todo el mundo en la sala de espera. Entré a decírselo a la matrona y me dieron una cama en la urgencia. Allí estuve sola, atada a los monitores, durante tres horas, toda la dilatación, sin que me viera un ginecólogo.
Entiendo que las Urgencias de ese hospital son muy pequeñas y que no dejan nunca en urgencias entrar a acompañantes, pero en un proceso de parto deberían poder hacer una excepción. Lo peor fue estar todo ese tiempo sola, de lado, sin poder moverme porque estaba atada a los monitores. Sin mi pareja, que me ayudara con las respiraciones o masajes como habíamos planeado, y él además sin ningún tipo de información en la sala de espera, le echaban de malos modos cuando intentaba entrar a preguntar. Sin poder hacer todos los ejercicios, respiraciones y meditaciones que había ensayado en clases de pilates y de yoga específicas para embarazadas para sobrellevar las contracciones.
Peor aún: la matrona que estaba de guardia era una borde, cuando entró de turno vino a ver los monitores sin siquiera decirme hola o cómo estás. Le dije que me mareaba entre contracciones y me gritó: “claro, es que estás respirando muy mal, ¿tú no has ido a clases de preparación al parto? ¿no te han enseñado a respirar?” Más tarde le pedí agua y me dijo desde la otra esquina que no. Ya sé que no puedes tomar líquidos por si luego tienes que entrar a quirófano, pero me podía haber dejado mojarme los labios, o al menos explicármelo.
La matrona que me atendió al principio tampoco era muy amable, pero al menos no borde como esa, debería ser un poco más empática con alguien que es normal que tenga miedo, que es normal que esté nerviosa y que es normal que haya olvidado cómo se "deben" hacer las cosas.
Pedí la epidural, pero me dijeron que no podían ponerla en urgencias, que tenía que ser en los paritorios y que estaban todos llenos, Y que cuando se liberara alguno, había otra gente antes que yo. Que era el ginecólogo el que tenía que decidir a qué hospital me trasladaban, que me aceptaran en ese otro centro, mandaran una ambulancia, etc. Que igual llegaba yo antes en mi coche, me dijo. Pero en tres horas no me vio ningún ginecólogo.
Yo aguantaba las lágrimas y el dolor que me atravesaba con cada contracción, que seguían siendo cada tres minutos pero cada vez más intensas, pensando que ya enseguida me llevarían a otro hospital. Encima es que ni siquiera me podía quejar, porque en cuanto resoplaba un poco la matrona me gritaba que estaba respirando muy mal, que me iba a desmayar si seguía así, y que además así no le estaba llevando oxígeno a mi bebé. ¡¡Encima haciéndome sentir culpable!!
A las tres horas de estar así, ya no pude más. Sentía la necesidad de empujar, y se lo dije. Me miraron y vieron que había dilatado ya del todo, así que me subieron a un paritorio. Quiero pensar que se acababa casualmente de quedar libre, y que no me tuvieron todo ese tiempo ahí dilantando en la urgencia sola cuando había una sala libre precisamente para eso, pero no tardaron nada en subirme al paritorio. Ahí ya pude empezar a respirar tranquila. Todo lo que me dejaban las contracciones, claro, pero ya fue un alivio el simple hecho de moverme, de dejar de estar atada a los monitores, de salir de la urgencia, y sobre todo poder estar acompañada por mi pareja.
En cuanto salí de urgencias, todo fue mejor. Todo el personal fue muy amable y atento, como corresponde para tratar un momento así. La matrona me advirtió que igual era un poco tarde para ponerme la epidural, pero que si quería lo intentábamos. Le dije que sí por favor y el anestesista llegó muy rápidamente. Muy amable, me dijo que era tarde para ponerla pero que él lo intentaba si yo podía quedarme 10 minutos quieta. Lo intenté, pero fue imposible aguantar los espasmos de la contracción y los escalofríos que me daban.
Con lágrimas reconocí que no podía aguantar el dolor y la matrona, muy amable, me dijo que no pasaba nada, que no me preocupara, que así podía parir en la postura que quisiera. Que escuchara a mi cuerpo y después de la contracción me colocara en la postura que me pidiera el cuerpo. Quería haberme puesto de pie, intenté primero ponerme a cuatro patas, pero las rodillas me temblaban tanto que no me sostenía bien ni tenía fuerza para empujar. Igual si hubiera llegado más relajada, habría podido, pero después de las tres horas de infierno estaba demasiado nerviosa y agotada.
Yo solo quería que acabara todo ya, que me lo sacaran de cualquier modo, o que me dieran un golpe en la cabeza para no sentir. Es horrible llegar a un momento tan poderoso como el de dar a luz, el de dar vida, con una sensación así. Sé que habría sido muy distinto si hubiera estado acompañada, si hubiera tenido un poco de apoyo.
Al final, la matrona me hizo probar varias posturas pero acabamos con la clásica, tumbada con las piernas en el potro. Dar a luz en sí fue lo de menos, en 40 minutos mi bebé estaba fuera, perfectamente bien, aunque sí que tuvieron que rajarme e incluso me avisaron de que iban a usar ventosa.
Pero mi mala suerte no había terminado: no me salía la placenta. Estuvieron intentándolo mucho tiempo, con lo doloroso que es que te estén apretando la tripa cuando crees que ya todo ha terminado, pero no pudieron. Tuvieron entonces que bajarme a quirófano para sacármela, ¡ahora sí que me pusieron anestesia!
Sé que tuve suerte porque mi bebé está sano y al final todo fue bien, no hubo ninguna otra complicación, y tuve un parto rápido, fueron solo cuatro horas desde que llegué a la urgencia, pero fueron las peores cuatro horas de mi vida, y no tenía por qué haber sufrido tanto.
De acuerdo que tuve la mala suerte de llegar con el hospital saturado, pero un buen trato por parte del personal lo habría hecho todo mucho más llevadero. A veces solo una palabra amable cambia toda la situación. O quizá si me hubieran advertido de que estaba saturado el hospital en Admisión, me habría podido ir yo a otro hospital, lo antes posible. Espero que ninguna otra madre tenga que pasar por una experiencia así, o si sucede, que sepa responder y reclamar sus derechos.
Yo he tardado casi un año en superar el trauma, y gracias a la ayuda de una buena fisioterapeuta de suelo pélvico que me ayudó a aceptar la experiencia y sanar mi cicatriz, la de la episiotomía y la emocional.