Dos experiencias opuestas:
1- Cuando ví por primera vez a mi hijo – ya tenía dos días- aparte de no reconocerle de ninguna manera, me llevé una gran decepción: eso no era mi hijo, pensé, me habían entregado un “bebé nenuco” – cuando me lo acerqué por primera vez y podía cogerlo- por fin- en brazos- olía como si le hubieran bañado en colonia. ¡En una unidad de neonatos! ¡En el siglo XXI!
No podía evitar pensar en lo que me dijo mi padre cada vez que queríamos llevar a casa un pajarito caído del nido o uno de los pequeños erizos que habían nacido bajo unas piedras grandes en nuestro jardín: “no lo toques, porque después huele a ti y entonces la madre ya no lo reconoce y le abandona” Pues, de eso me acordé cuando estaba allí en la silla con mi hijo en brazos.
2 - Cuando nació mi hija no hubo separación, disfruté de cogerla conmigo piel con piel, reconocerla y de repente (claro, mi primer hijo estaba ya "requetelimpiado" antes del baño de colonia) veíamos como la gruesa capa de grasa blanca que cubría su piel y le ayudó a nacer se fue absorbiendo poco a poco dejándola la piel preciosa y con un olor tan bueno que es imposible de describir. Y no solo ella olía bien, también el alrededor pareció impregnado de ese olor especial. ¡Qué experiencia!
...estamos muy desnaturalizados ¿no?