En ello estamos, poco a poco. Pero es una verdadera pena que los padres, cuando quieren estar (que los hay que no quieren y eso también es respetable), se pierdan esos momentos mágicos; ya no sólo por ellos, sino por la tranquilidad que podrían transmitir a la madre.
Me habría encantado que mi marido hubiese podido estar conmigo cuando nació nuestro primer hijo, por cesárea. Pero en ese hospital son tan gilipollas que, cuando él salió para comer algo, pretendían que me quedase completamente sola en el box, aunque fuera estaba mi madre y podría haberle relevado. Ni que decir tiene que mi madre y mi marido les montaron tremendo pollo (después de pedir primero las cosas bien diez o doce veces) y al final ella estuvo conmigo mientras él devoraba un bocadillo a velocidad supersónica en un pasillo.
Así de humanos son.