Mi primera hija pagó el pato. Yo quería un parto respetado, pero no había tanta información al alcance de la mano como ahora, así que tuve un parto regulín, pedí la epidural enseguida, tal y como me habían adiestrado en el preparto, y a partir de ahí las cosas se liaron con una kristeller y una episio que tardó años en dejar de doler. Y la familia política dando por saco durante el larguísimo parto y el durísimo postparto. Eso sí, la habitación ya estaba montada, y aunque no fuimos unos papis muy caprichosos, la nena tenía su buen cochito, bañera y otras mandangas. Con la segunda...qué diferente! El cochecito lo compramos porque necesitábamos el maxicosi para el coche, pero de todo lo demás hemos prescindido: la ropita es heredada de su hermana y sus primas, aún no tiene habitación, sino una cuna de hace quince años enganchada a mi cama, ni chupetes, ni bibis... Sólo me hice con una buena mochila portabebés. Eso sí, le procuré tranquilidad en el nacimiento: dormimos juntas desde la primera noche, en la misma cama del hospital. No dejamos que NADIE nos molestase en el parto ni en el posparto: visitas al hospital, 10 minutos las abuelas cuando yo lo dije, que fue el día después de parir. Alta voluntaria, en ningún sitio se está mejor que en casa. Nada de visitas en casa, excepto nuestros padres y hermanos, y previo aviso, y si a la nena o a mi no nos iba bien, pues lo decíamos y punto. Mi nena y yo, horas y horas, días y noches, juntas, sin necesidad de salir de casa, sólo conociéndonos y estableciendo una buena lactancia. Después de un buen parto, ese fue el mejor regalo para mi y para mi hija: un postparto tranquilo.