Eva, Gracias por compartir tu historia, te entiendo perfectamente y te envío mis más sinceros deseos de que puedas sanar la herida que te hicieron, más que en el cuerpo, es algo que te queda grabado en el alma. Algunas mujeres escogen por voluntad propia tener una cesárea, mientras otras, como en tu caso, son presionadas y empujadas a batallar hasta terminar en un patíbulo, representado por el quirófano. Muchos médicos y enfermeras se aprovechan de que las mujeres nos encontramos en un estado físico, psicológico y espiritual muy sensible, y abusan de su poder.
Yo soy una afortunada sobreviviente que luchó, y su parto terminó de otra forma, fue vaginal, pero no exactamente como yo quería. Mi embarazo fue feliz, hasta que llegó el momento cercano al parto. Luego de completar los 40 meses, me mandaron a hacer un ultrasonido rutinario. La técnico de ecografía determinó que tenía poco líquido amniótico y los médicos residentes deciden que debo ser inducida inmediatamente porque el bebé estaba en peligro. Lo más irónico, es que ahora he descubierto que científicamente esto no es cierto ni debería usarse como excusa para inducir.
Los doctores insistieron y trataron de inducirme el parto a como de lugar, incluso cuando todos los exámenes de estrés fetal se observaba que mi bebé estaba normal y tranquilo. Primero me administraron el gel de prostagladina, y como no funcionó (en menos de 5 horas), el médico trató de disuadirme y me recomendó que me operara por cesárea. "Es lo mejor para el bebé, me imagino que tú no quieres que el bebé sufra", me dijo con cierta dejadez y sarcasmo. Yo lloré y me negué rotundamente, así que luego me colocaron la oxitocina. Siempre voy a recordar las palabras que el médico le dijo a la enfermera cuando comenzaron a administrarme el Pitocin "Vamos a ver cuanto tolera", y se retiró de la sala. Durante el resto del día, esporádicamente otros médicos me visitaron y siempre me comentaba que la cesárea iba a ser la mejor opción a la final.
Después de más de 10 horas de sentir contracciones fuertes, eléctricas y profundas, sin epidural, amarrada a un monitor, hambrienta y cansada, con la asistencia de una sola enfermera, y el sentimiento de estar marcada para una pronta ejecución en el patíbulo obstétrico, con la poca energía que me quedaba, yo pujé. Mi esposo y yo le dimos la bienvenida a nuestro hijo, me lo colocaron en mi regazo, pude verlo, tocarlo, sentirlo, hablarle y darle de comer, hasta que se lo llevaron a la unidad neonatal, ya que sus niveles de azúcar estaban bajos, y así nuestra batalla continuó...
Esa noche, mis piernas temblaban incontrolablemente, y le decía a mi esposo "Mira como me dejaron", y de todas maneras me sentía afortunada.