Allá por la época de la Ilustración el feminismo empezó a gestarse como un movimiento social y político, que revindicaba el reconocimiento de la mujer como ciudadana, la igualdad de derechos respecto a los hombres y la autonomía como seres humanos. Aquellas primeras feministas, hacían, sin embargo, un segundo llamamiento, era el de la movilización de las propias mujeres por su libertad e igualdad como individuos; movilización que aseguró el éxito del sufragismo del siglo siguiente. Ese testigo lo recogerían las feministas de la segunda ola, cuando en los años 60 se crearon, por ejemplo, los Grupos de Autoconciencia desde el feminismo radical, que pretendían una colaboración estrecha entre las propias mujeres: hablemos de nuestros problemas, seamos conscientes de ellos, informémonos e informemos, y revindiquemos desde nuestro propio conocimiento. Me atrevo a prolongar esta esencia hacia el parto respetado: no deja de ser una lucha por la autonomía y la libertad de la mujer, aquella que dice NO a un parto que se olvide del ser humano y se haga eco solo de la técnica, que no se acuerde que está tratando con personas y que esas personas tienen algo que decir, que la propia ley ampara que ese algo sea escuchado. Y no deja de ser necesario eso de que las propias mujeres nos movamos por pedir nuestra libertad también dentro de ese ámbito, por tomar autonciencia de lo que se pide y lo que se necesita (un parto respectado), y que luchemos por conseguirlo.