Por Candy Tejera Ninguna mamífera consiente que la separen de su recién nacido salvo las hembras humanas. Y esto ocurre porque las personas, además de ser animales mamíferos, somos seres racionales y a veces nuestra racionalidad nos juega malas pasadas y nos convence de malas ideas con excusas baratas: “tiene que verlo el pediatra”, “van a bañarlo”, “le van a poner una vacuna”, “así aprovecho y descanso”, “es que a Fulana (esa tía lejana) le hace mucha ilusión cogerle”,… La separación se produce por la aceptación, el acatamiento o el respeto a unas rutinas, costumbres rituales que, siendo benevolentes con nuestra propia especie, podemos decir que proceden de nuestra rica capacidad creativa, aunque yo más bien diría que son el fruto de nuestro empeño en meternos siempre donde nadie nos ha llamado. De esta manera la cultura interfiere en nuestro instinto hasta anularlo y terminamos dejando a nuestro bebé en manos de cualquiera, aunque no queramos, sólo porque nos sentimos obligadas a hacerlo. La máxima expresión de este sinsentido la encontramos habitualmente en una escena que se repite en las películas siempre que tiene lugar un nacimiento: la mujer tumbada (como no), con las piernas abiertas y los genitales expuestos (aunque no se vean explícitamente) pide a su partera (quién la ha ayudado a parir, porque está claro que nosotras solas no podemos hacerlo…) que si “puede verlo”. Es decir, que la madre de la criatura le pide “permiso” a un extraño para poder ver y coger a su propio hijo… La función de quien acompañe en esos momentos a la mujer debe ser la de facilitarle el primer contacto con su hijo, no entorpecerlo. Debe ser un puente entre ambos, un puente corto en lugar de una vía de un solo sentido. El destino del bebé es el pecho de su madre no las frías manos del pediatra o una aséptica incubadora. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, uno de los problemas que contribuyen a “desnaturalizar” el parto, es la imposibilidad que tenemos actualmente las mujeres para presenciar partos reales. Si la única noción que tenemos de cómo es un parto proviene de escenas de ficción como la que hemos descrito, no es de extrañar que llegado el momento asumamos que ese es nuestro papel: el de unas pobres sumisas que ni cortamos ni pinchamos (para eso ya están otros…) y que sólo si somos buenas nos ganaremos el derecho a estar con nuestros bebés. No tenemos que preguntar si podemos coger a nuestro bebé, debemos cogerlo directamente. Y es que al preguntar le estamos regalando a un tercero la capacidad de decisión y la posibilidad de negarnos ese primer contacto. Porque normalmente la respuesta suele ser afirmativa y el sujeto en cuestión nos “cede caritativamente” a nuestro bebé, pero ¿y si no lo hiciese…?. En las salas de partos hacen falta más zarpazos y gruñidos y menos cultura y “civilización”. Recuperemos nuestro instinto animal y no perderemos a nuestros hijos.