Ser famosa eleva el riesgo de cesárea
Por Isabel Fernández del Castillo
Mucho antes de que una famosa princesa de todos conocida fuera madre, leí en un periódico un artículo titulado algo así como “el nacimiento del heredero”. Pude contar unos 12 profesionales entre ginecólogos, anestesistas, neonatólogos, pediatras y enfermeras (¡pero ninguna matrona!) los profesionales que, según el autor del artículo, convertirían el parto de la princesa en un acontecimiento seguro. ¡¡Uf!! -pensé-, le van a cascar una cesárea. Efectivamente, no fué una, fueron dos cesáreas, como dos soles. Porque es muy probable que en su parto estuvieran todos esos, más el apuntador. Ella, seguramente, como tantas otras mujeres, habrá concluido que “es de las que no dilatan”. Como si la naturaleza se ocupara de perfeccionar el mecanismo del parto en unas sí, y en otras no.
Lo que ella probablemente no sabe es que es física, hormonal, emocional, metafísica y metafóricamente imposible dilatar siendo el punto de atracción de semejante multitud ansiosa por ganarse el mérito de estar allí. Semejante escenario no es sólo disuasorio para las mujeres, lo es incluso para las mamíferas no humanas que mantenemos esclavizadas en esas indignas cárceles llamadas zoos. El Dr. Michel Odent cuenta en uno de sus libros el caso de una elefanta del zoológico de Nueva York obligada a parir bajo las cámaras de televisión. Resultado: la elefanta parió … por cesárea. Lamentable. Es muy sencillo: las mamíferas dilatan con dificultad -o no dilatan- si se sienten observadas. Tan simple como eso. Si se sienten muy observadas, la cosa se convierte en misión imposible.
Volviendo a las famosas, desde entonces he llegado a la conclusión, más o menos por el mismo procedimiento que Newton descubrió la ley de la gravedad a partir las manzanas –o sea, observando- de que cuando un equipo médico tiene que dar una rueda de prensa después de un parto, o va a ser mencionado en la prensa, hay una elevadísima probabilidad de que éste se produzca por cesárea. Dicho de otro modo: las posibilidades de dar a luz por los propios medios parece ser inversamente proporcional a la expectación que produce el parto (eso en España, en otros países no es así) Porque, reconozcamoslo, ¿qué morbo tendría aparecer ante la prensa con la bata blanca diciendo que la naturaleza ha hecho su trabajo y que no ha habido nada que hacer? Voy a hacer la pregunta en otros términos: ¿Se imaginan que esa rueda de prensa la diera una matrona? ¿No? ¿Por qué no? Ah! ¡Claaaaaro!, ¡no es médico! Y una mujer importante debe parir con un médico ¿no? Bueno, pues ahí está precisamente uno de los quids de la cuestión: los ginecólogos no están para atender partos normales, no por nada, es que no es su trabajo, no están formados para ello, están preparados para intervenir en las complicaciones. Y en un acontecimiento involuntario como el parto, intervenir significa inhibir. Simplemente. Los ginecologos saben de patología, no de fisiología. Su misión es la atención a los partos problemáticos. Y cuando intervienen en un parto normal, es fácil que se convierta en problemático. Palabra de la OMS. Y un dato: los países con tasas de cesáreas más astronómicas son aquellos que en algún momento de su historia prohibieron la profesión de matrona, o en los que la medicina es sobre todo privada.
Pero no a todas las famosas les pasa. Más de una, oliendose (o constandole) la historia, opta por parir en su casa, o en un centro respetuoso con la fisiologia. Haberlas haylas.