Para que la historia no se repita
La historia de Pili.
“No rehuyamos la lucha cuando se trata de preservar el derecho o la dignidad del hombre; sólo así podremos congratularnos de pertenecer a la humanidad”. Albert Einstein
Mi hijo está a punto de cumplir su primer año de vida. Aún recuerdo esa madrugada del 11 de abril como si fuese ayer. Debió ser el día más importante de mi vida, como es el de cualquier madre que abraza por mi primera vez a su bebé, pero no lo fue. NO LO FUE.
Recuerdo, tras el parto, lo impactada que estaba de cómo había sucedido todo. Ni en mis peores pesadillas, hubiese imaginado que terminaría así. Un parto instrumental no era mi final feliz. Después de haber tenido un primer parto por cesárea, me merecía otro desenlace, o así lo creía yo.
En el postparto, el dolor físico lentamente iba disminuyendo, y poco a poco iba recuperando mi vida normal. En cambio, mi cabeza, estaba en constante funcionamiento. Una y mil veces me venían aquellas sensaciones, aquellas frases, aquellos gestos….Yo, ya era consciente de que había sufrido violencia obstétrica. Lo supe desde el primer momento. Lo supe por cómo me hablaba, por cómo se dirigía a mí. Lo supe porque no me informaba, porque se incomodaba cuando le preguntaba mis dudas, porque me dejó sola cuando la necesitaba, porque ella “hacía en mí” sin yo consentir nada. Aquella matrona me “violentó” con su quehacer profesional.
Herida de muerte en mi dignidad como persona, tenía que alzar mi voz. Tenía que reclamar.
Mi primer paso fue solicitar mi historia clínica y la de mi hijo. Me comunicaron que me darían todos los documentos solicitados excepto las modificaciones que se hubiesen hecho en el evolutivo de mi historial. Según la interlocutora, si yo sospechaba de algún cambio intencionado en la información, lo tendría que reclamar por vía judicial.
Vaya, no empezábamos nada bien. Me negaban toda MI información de primeras y eso no hacía más que aumentar mi descomunal enfado.
Cuando leí mi historia clínica, no hice más que confirmar mis sospechas. Lo que no les interesa, no se escribe. Si no se escribe, es como que nunca hubiera sucedido. Estaba enfadada, muy enfadada. Empecé a redactar mi reclamación.
Conté todo lo que me había sucedido con total sinceridad, con un lenguaje claro y llano, como si se lo estuviese contando a una amiga. Conté mi vivencia, abriéndome en canal, mostrando mis sentimientos. Este modo de hacerlo se me tornaba indispensable para que se diesen cuenta del alcance del daño que produjeron en mí con sus modos y maneras.
Hice varias copias de mi relato y las dirigí, pidiendo diferentes respuestas, a varias instituciones.
Mi primera carta la dirigí al jefe de servicio de obstetricia. Envié copia también al gerente médico del hospital, al procurador del común (defensor del pueblo), a la directora de enfermería del hospital (de la que dependen, en última instancia, las matronas) y por último al comité deontológico de enfermería. Y ahí empezó un baile de idas y venidas de cartas, cada una más decepcionante que la anterior.
Recibí contestación del gerente médico del hospital. En su carta mencionaba que todos los profesionales que me atendieron, lo hicieron según protocolo y de forma respetuosa. Sí cabe decir que, al final de la carta, escribió un par de líneas en las que decía sentir que yo hubiese percibido los acontecimientos de esa manera. Después de leer toda la carta enfurecida, estas palabras me parecieron un atisbo de sensibilidad, de disculpa, pero, en realidad, estaba confundida. No se lamentaban por lo que había vivido, si no por lo que había percibido, que es sustancialmente distinto.
Ellos no reconocen nada de lo que se les acusa. Ellos no yerran, tú malinterpretas.
Yo, soy consciente de que es prácticamente imposible demostrar la forma en que se nos trata. Pero no quiere decir que los hechos no ocurrieran, sólo, que es muy difícil demostrarlos. Mas aún cuando tu único testigo (marido/acompañante) sale del paritorio al comunicarle la inminencia de la instrumentalización del parto.
Así que hay que asumirlo. Nunca nos van a dar la razón.
El que sí quiso darme un voto de confianza, fue el defensor del pueblo, que decía que según “lo pormenorizado del relato y los detalles tan puntuales del suceso” le inclinaban a dar verosimilitud al relato que yo le enviaba. Además, hacía mención de como, sobre este tema, había tenido oportunidad de pronunciarse en diversas ocasiones…
En la contestación del comité deontológico de enfermería se limitaban a decir que después de una “investigación exhaustiva” no habían encontrado indicios de mala praxis. Ahí sí me enfadé. Escribí de nuevo otra carta pidiendo más explicaciones. En todo momento educada, pero incisiva como una arpía. Al fin y al cabo, estaba defendiendo mi dignidad como tan sólo yo podía hacerlo.
Por último, decidí llamarlas por teléfono y, entre otras necedades, me explican cómo en la “entrevista” que tuvieron con la matrona acusada, pudieron comprobar que se la veía visiblemente afectada. Ellas creían que “había tenido un mal día” y “que no volvería a ocurrir”.
Es decir, reconocieron de forma sutil que algo había tenido que suceder pero NUNCA de manera oficial. Nada que pueda comprometer el mérito profesional de la afectada y que dé vía libre a denuncias con pruebas de peso.
Aparentemente, pudiera parecer que mis quejas no estaban teniendo el efecto deseado, pero, no nos engañemos, realmente sí lo estaban teniendo. Esa matrona, habría recibido “toquecitos” y apercibimientos desde varios frentes. Todo el proceso habría removido su conciencia. Habría tenido que explicarse. Justificarse. Si esa persona tenía algo de dignidad, hubo de comenzar el camino para el cambio.
Estoy muy muy orgullosa de la lucha que he emprendido. Porque reclamar me lo pedía el cuerpo para ayudar a entender, para sanar, para dar voz a las injusticias, pero, sobretodo, porque de lo contrario la historia se repite y eso es inaceptable. Inadmisible.
Hablando (escribiendo) tenemos el potencial de cambiar conductas o de perpetuarlas si son adecuadas. Si callamos, no. Si pensamos que no va a servir de nada, estamos ciegas. Sirve para ayudarnos a sanar, para enseñarles que no somos mujeres sumisas, que no aceptamos sus criterios por imposición, que no aceptamos sus modos y maneras si vulneran nuestra dignidad. Sirve para hacerlos pensar, recapacitar. Sirve para iniciar un cambio. Y, sobretodo, sirve para intentar que nuestra historia no sea la historia de nadie más. La historia de futuras madres. Que no sea la historia de mis hermanas, ni de mis primas, ni de mis vecinas…ni de mis hijas. Por eso, yo, NO ME CALLO.