25N Cesárea innecesaria
Esta semana en nuestro blog, con motivo del "Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer", publicaremos una serie de fotografías cuya autora Claudia Sarra, nos ha prestado amablemente para visibilizar la violencia obstétrica como una forma más de violencia contra las mujeres. Acompañamos cada fotografía con un relato, experiencia real, de mujeres que la han sufrido durante el nacimiento de sus hijos.
Foto 1: Así vas a poder pasar las navidades en familia con tu bebé
No fue tanto miedo como una soledad insondable lo que sentí. No bajaron la tela para mostrarme cómo arrancaban a mi bebé. Me lo dejaron sostener unos minutos, lavado, envuelto, con gorro. Le dije: “eres lo más bonito del mundo”. Pero ya no sentía nada.
Cesárea innecesaria de Lara H.
Tuve un embarazo perfecto. Había oído hablar de la VO, conocía lo que quería, pero no tenía remota idea de cuál era el alcance de esta lacra. Creía –y aún siento- que las sanitarias deben estar para cuidar a las madres y bebés que van a nacer. Me vendieron la moto del parto de “mínima intervención”.
El día que iba a monitores, 39+3, tenía contracciones continuas irregulares desde hacía día y medio, cada vez menos espaciadas. El resultado fue positivo, pero cuando fui a consulta, ya despidiéndome, se me ocurrió comentar a la obstetra, residente, que perdía unas gotitas. Ahora creo casi con seguridad que era flujo más abundante, algo común al final del embarazo. Había perdido el tapón cinco días antes. Era una hermosa mañana de finales de junio, miércoles.
La residente llamó a urgencias y se puso a cuchichear, me dijo que me iba a hacer un tacto (¡qué estupida fui!). Comentó que se notaba que tenía contracciones y que no notaba fisura, aunque hizo pH que (muy supuestamente) dio positivo, y que debía bajar para que se me valorase.
El obstetra, con cara de circunstancias, me habló de riesgo inminente de infección, me afirmó que “había que inducir”, jugó la carta del bebé muerto. No se había establecido si tenía una fisura -en cualquier caso mínima-, me hacía pis o era flujo más líquido. Luego caí en que el tacto fue para empezar la cuenta atrás de los protocolos.
Ingresé inmediatamente, según ellos, de dos centímetros y consistencia media. Me metieron en un paritorio con antibiótico, oxitocina y nos tuvieron monitorizados internamente, sin moverme. No me dejaron comer ni beber. Llevaba solo el desayuno, así que unas horas después la matrona se apiadó y permitió que bebiera “un poco” de agua. Comenzó a doler; un dolor artificial, aséptico, robótico. Pero eso no fue lo peor: no me permitieron moverme, rompieron la bolsa… Sentía que no me daba tregua, me agotaban aquellas terribles contracciones tan seguidas. Aguanté cinco horas, después hube de pedir anestesia, a la que estaba firmemente decidida a no recurrir. Otra vez el engaño: me inmovilizaron, ya no sentía nada, ni siquiera contracciones. No pararon la oxitocina. Eso no era lo que yo quería.
El monitor pitaba, nadie nos contó qué ocurría. Me dejaron cambiar de postura, me decían “al bebé no le gusta este lado”. Siguió pitando durante las tres horas que sucedieron al pinchazo de la intradural; de 9 cm, apareció todo un equipo, el obstetra me miró con cara de pena y con un “lo siento” me dijo que iban a hacer una cesárea. Mi cuerpo, mi mente y mi alma se congelaron, no pude mirar a mi compañero, aguanté las lágrimas con un nudo en la garganta. Me dio un beso rápido en el pasillo, pero yo no estaba allí, ya no estaba teniendo un bebé.
No fue tanto miedo como una soledad insondable lo que sentí. No bajaron la tela para mostrarme cómo arrancaban a mi bebé. Me lo dejaron sostener unos minutos, lavado, envuelto, con gorro. Le dije: “eres lo más bonito del mundo”. Pero ya no sentía nada. Con Apgar 9/10 se lo llevaron con su padre. Yo a REA durante dos o tres horas. Posible riesgo de bienestar fetal por circular en pie, que por eso no bajaba, alegaron. En quirófano escuché a un cirujano recriminar: “¡Ya sabía yo que iba a pasar esto!”. Nadie vino jamás a explicar nada. Todo fue muy normal en un hospital de baja complejidad con una tasa de cesáreas de casi el 28% ese mismo año.
Saludos, Julián:
Asumo que usted, como yo, es profesional sanitario. Me gustaría, como médica, y también como mujer, que los profesionales sanitarios fueramos capaces, primero de empatizar con nuestras pacientes, y segundo de aceptar que, por mucha experiencia que tengamos, las recomendaciones de la OMS se basan en la EVIDENCIA CIENTÍFICA, con lo cual habría que tenerlas en cuenta.
Desconozco si esta cesárea era o no necesaria, porque LA FALTA ABSOLUTA DE EXPLICACIONES a esta madre me impide reconocerlo. Lo que sí tengo claro es que suceden varias cosas que NO son necesarias:
1) La separación de su pareja: En una cesárea que no es de urgencia, como ésta, no hay NINGUNA razón médica para que la pareja de la mujer o un acompañante no pueda pasar con ella, aunque sea sólo para cogerle de la mano y darle apoyo moral en un momento tan duro.
2) La separación de su bebé: Un bebé con un Apgar de 9 donde tiene que estar es en el regazo de su mamá. Ya que no ha podido nacer vaginalmente, por lo menos que las primeras bacterias con las que esté en contacto sean las de la piel de su madre, y las del pecho de su madre.
Todo esto no tiene que ver con mi "experiencia profesional" (que la tengo, llevo casi 20 años trabajando en el sistema público de salud español), sino, como digo, con la EVIDENCIA CIENTÍFICA, que debería ser el patrón oro de un profesional sanitario. Una tasa de cesáreas del 28%, o del 34%, son una VERGÜENZA, significa que estamos haciendo las cosas MAL, y de nuevo no tiene que ver con mi "experiencia profesional", ni con que las madres o bebés "sobrevivan" a una cirugía INNECESARIA, que tiene consecuencias a largo plazo para la salud de ambos, tanto física como psicológica, y que sólo debería utilizarse en los casos en los que es necesaria. Así que, amable Julian, le animo como compañera a revisar esa evidencia para poder cambiar una mala práctica, reduciendo el número de cesáreas allí donde trabaje. Un saludo.