Nuestra y sobre todo de nuestro bebé, no es una basura hospitalaria cualquiera, y tenemos derecho a decidir que hacer con ella. Cada placenta es única y especial, como cada mujer y cada bebé. Es el órgano más eficaz y maravilloso del cuerpo, y las mujeres somos capaces de fabricarlo tantas veces como sea necesario.
Está claro que la concepción y el tratamiento que se le da está muy influido por la cultura. En la mayoría de las culturas la placenta es importante, su función o su existencia no termina con el alumbramiento, sino que va más allá y hay distintas costumbres y ritos relacionados con ella como hemos visto.
En determinadas zonas de África, las mujeres entierran todas las placentas de sus bebés en el mismo lugar, un lugar casi sagrado. Como nos cuenta Ana Castillo, cooperante: “...A la entrada del pueblo hay una pequeña montañita considerada sagrada en donde entierran las placentas de los niños, justo delante de un altar para rituales religiosos y sacrificios de animales para solicitar protección a los espíritus.”
Pero considerar la placenta parte del parto y algo especial, no ocurre sólo en países poco desarrollados. En Austria, por ejemplo, tras el alumbramiento la matrona enseña la placenta a la madre, que lejos de considerar su visión algo asqueroso le parece interesante y muy bonito, hasta el punto de que se quejan cuando no se les ha permitido verla. Es curioso porque las madres luego comentan sobre sus placentas, tamaño, color, etc. Además no la tiran tal cual a la basura, si no suelen preguntar a la mujer si se la quiere llevar, pues allí se entiende que la placenta pertenece al bebé y la madre.