Muchas son las culturas en las que el tratamiento de la placenta conlleva marcados rituales, como se explica en este texto extraído del libro: “Maternidad y Parto: nuestras ancestras y nosotras”:
“En las sociedad malaya por ejemplo (Valenzuela 2009) se considera que la placenta y el recién nacido son lo mismo, por lo que es tratada con absoluta reverencia. Tras el parto la placenta será enterrada en la parte trasera de la casa, si es hombre para retrasar su abandono del hogar, o delante si es mujer, para que encuentre pronto marido.
Se considera además que si un bebé llora demasiado es porque los malos espíritus molestan a su placenta. Por ello mantienen una hoguera encendida durante siete días sobre el lugar donde se enterró para así alejar a los malos espíritus. Sin embargo, para muchos de los pueblos andinos, la placenta debe ser enterrada o quemada enseguida tras el parto, ya que podría tener “celos” del recién nacido y ocasionar enfermedades al bebé o a la madre (Davidson 1983).
Debido a la estrecha relación madre-feto-placenta durante el embarazo, se creé que ésta tiene poderes sobre la salud de ambos más allá del parto. Los guajiros de Colombia, por ejemplo entierran la placenta en un lugar sombreado para que no cause la fiebre puerperal (Gutiérrez de Pineda 1955).
Además creen que los entuertos, dolores producidos por la contracción del útero en los días siguientes al parto, son consecuencia de un mal enterramiento de la placenta”.