NACIMIENTO DE MÓNICA, parto de Txus
NACIMIENTO DE MÓNICA
HOSPITAL SAN PEDRO DE ALCÁNTARA (CÁCERES)
SEPTIEMBRE 2016
Era mi tercer embarazo. Estaba muy tranquila. Nada comparado con los otros dos. El primero era novata y tenía la tranquilidad del desconocimiento, y así acabé (https://www.elpartoesnuestro.es/relatos/parto-de-maria-jesus-nacimiento-de-rodrigo). El segundo lo pasé fatal salvando mil obstáculos y bloqueos personales, el mal recuerdo del final con la cesárea y demás pero logrando el objetivo final con un parto casi perfecto en el mismo hospital (https://www.elpartoesnuestro.es/relatos/nacimiento-de-emma-historia-de-txus). En este la historia era completamente distinta: sabía que podía parir. Ya lo había hecho una vez y esta vez sería mejor aún porque sabía lo que tenía y lo que no tenía que hacer, porque estaba tranquila y porque no me iba a dejar llevar por nadie más que por mí y mis instintos. Iría al mismo hospital (¡qué remedio!) y todo iría genial. Sin problemas. Al menos eso era lo que me repetía durante los casi 9 meses de embarazo que duró. En cuanto supe que estaba embarazada empecé a tomarme la tensión y la glucosa por las mañanas. Eran antecedentes de los otros embarazos y esta vez quería pillarlos rápido si se presentaban y controlarlos cuanto antes. La tensión no apareció en todo el tiempo, pero el azúcar salió rápido. En la primera visita a la matrona ya me mandó hacerme la curva para confirmar y en seguida empecé con la insulina. El resto de embarazo no hubo ninguna novedad más salvo las dosis de insulina que iban en aumento como es lógico y mi peso que también iba en aumento y era lo único que me preocupaba. En los otros embarazos perdí peso, pero en éste no. Era lo único que no me dejaba dormir algunas noches porque si ya estoy gorda de normal, si cogía mucho peso les estaba dando motivos para rajar casi sin preguntar por los riesgos o por dios-sabe-que. Aun así, sólo cogí 8 kilos en todo el embarazo y no dejó de ser algo que estaba en mi cabeza. Pero estaba tranquila. Tranquila y fuerte. Elegí la misma matrona que en el anterior embarazo y estaba feliz de verla cada vez que iba porque me daba mucha energía y me enseñaba mucho en cada visita. Es un amor.
Otra diferencia en este embarazo es que pasaba consulta en tocología pero en la consulta de alto riesgo. El ginecólogo que me tocó al principio del embarazo en la consulta de tocología normal no me gustó y pedí que me cambiaran. Estaba encantada del cambio y en la semana 20 me cambiaron a alto riesgo por la diabetes, la obesidad y los antecedentes (en los otros embarazos no). Me quedé chafada. En esa consulta cada vez que vas hay un ginecólogo diferente y no sabes por donde te van a salir. A pesar de todo ninguno dijo nada de mi primera cesárea y si alguno hizo algún comentario que no me hizo gracia pasé de él o le contesté debidamente como me salió. Como digo, había de todo y con tantas veces como fui… ¡buf! La pena es que las peores opiniones (respecto a lograr parto vaginal y demás) me las dieron dos de las ginecólogas mujeres más jóvenes. Decepción total. Pero para adelante.
Llegó la semana 37, les entraron las prisas y me mandaron a monitores ya. No me apetecía porque sabía que era pronto y no servía para nada. Fui, tensión 14/8, consulta en tocología. Todo bien, la niña bien aunque grandecita, controla un poco la tensión, vuelve la semana que viene.
Semana 38, 20 de septiembre, vuelvo a monitores. Sin contracciones, monitor bien, tensión arterial 142/83. Voy a la consulta de toco y no me hacen ni la eco. Nada más sentarme me dice la ginecóloga de turno que con esa tensión no me puede dejar ir a casa. Yo empiezo a flipar y empiezo a ponerme cardiaca. Me dice que me la toma otra vez y si la tengo alta tengo que bajar a paritorio a controlar un rato con el monitor al bebé y hacerme una analítica. No sabía ni dónde meterme. Quería salir corriendo. Tensión 154/95. Se acabó. Llama por teléfono a paritorio para avisar que bajamos y estén preparados. Mi cabeza está a tope de revoluciones y solo puedo pensar en que esto no puede estar pasando. Mientras bajo intento organizar mi vida y mi familia por si no tengo escapatoria pero con la esperanza de que todo se recomponga. La pequeña estaba en un centro infantil jugando con su prima unas horas para ahorrarle la paliza del hospital y el grande en el cole. En un rato alguien deberá hacerse cargo de ellos y ni yo ni el padre podremos.
La llegada a paritorio fue penosa. No tenían mucha tarea y todo el mundo estaba en el pasillo esperándonos, supongo que era interesante ver a la pringada que creía que iba a conseguir parir esta vez, la única que había entregado su plan de parto para estas fechas y encima la que llega llorando como si la fueran a crucificar. Así me sentía. No podía dejar de llorar (error porque la tensión no bajaba) y no era capaz de expresar con palabras todo el cabreo que tenía dentro. Toda la información veraz, las estadísticas, todo lo que yo quería y creía que podía ser factible solo estaba en mi cabeza. No era capaz de ser coherente. Y para colmo me recibe la misma ginecóloga a la que no dejé tocarme en el otro parto. La misma. Seguro que fueron imaginaciones mías pero hasta la vi una pequeña sonrisa de victoria mientras me explicaba que todo lo que me había propuesto (plan de parto) no podía llevarse a cabo porque las circunstancias habían cambiado. ¿En serio? ¿Tanto ha cambiado de un día para otro? ¿No hay más opciones? Seguro que sí pero yo ya no estaba serena ni podía pensar. Una vez más había fallado a otro de mis bebés. Su madre no podría darle el nacimiento que se merecía.
Me ingresan. Al menos la matrona que me atiende es un amor y está todo el rato encima para que me calme y me baje la tensión. Hace lo que puede pero como estoy ya dentro del dichoso protocolo de inducción no tiene poder de decisión. Es una mera ayudante de ginecología. Gracias de todas formas. Fuiste amable, empática y comprensiva. La cara opuesta al ambiente de hostilidad encubierta que encontré nada más llegar. Monitores durante algunas horas. No tengo contracciones y no hay ni una sola señal de que era el momento. Me sacan sangre. Escribo a la lista de Apoyocesáreas para desahogarme. Solo ellas me entienden y solo ellas pueden darme algo de paz en este lugar tan turbio. Paso la noche en el hospital sin que me hagan nada en absoluto, solo estoy allí. Me dieron una pastilla para bajar un poco la tensión y la proteinuria. No me enseñan los resultados de la analítica así que no sé cómo de grave es la cosa. No debe ser demasiado malo porque a la noche me dicen que ya han mejorado los valores. - ¿Me puedo ir a casa? - No. Ya ha comenzado un proceso que no se puede parar. - ¿Qué proceso? La medicación la puedo tomar en casa y decís que la analítica está mejor. Se lo pedimos al gine de turno y empieza con las amenazas veladas y a tomárselo como a cachondeo. - ¿No tienes ganas de verla ya? Si ya está bien grande y no hay problema de que salga. - Lo sé, pero quedan 2 semanas al menos, no es su momento. No está preparada. Yo tampoco. – Anda, no seas llorica, verás que contenta te pones cuando la cojas.
Miércoles 21 de septiembre. Leo a las chicas de la lista. Me animo un poco pero la noche ha sido normal. Ni una molestia. Por la mañana me ponen la primera tira de propes. Les pido que me hagan los menos tactos posibles aunque aún no he roto bolsa ni nada. Ni rastro de contracciones. La gráfica está totalmente plana. La niña está bien. Estoy más tranquila. Medito, hablo con la pequeña, escucho música,… estoy positiva pero no dejo de mirar el reloj que va pasando. No me apetece hablar con nadie ni ver a nadie. Solo pienso en mis pequeños aunque estoy tranquila porque sé que están bien. Los veo en la hora de comer que los traen al hospital y salgo a la sala de espera para estar con ellos y darle un poco de teti a la pequeña. Me calma, aunque a ella le da un poco de miedo verme con el camisón del hospital y la vía.
La matrona de la tarde en paritorio me encanta. Ojalá hubiera estado allí en ese momento y en otras circunstancias. Seguro que hubiera sido un parto espectacular. Tengo algunas contracciones pero son flojitas y nada rítmicas. Me sacan la tira por la noche y vuelvo a mi habitación. Sin novedades.
Jueves 22 de septiembre. Parece que mi hija será de otoño como su madre. Cambio de estación. No he tenido ni una sola contracción en toda la noche. Me estoy agobiando. Se acaba el tiempo. Nueva tira de hormonas. Camino, hablo con la pequeña a ver si se anima, me traen a la otra nena y le doy teta,… Nada. Sigo a tope con la lista y me siento muy arropada. Se lo agradeceré eternamente.
A la hora de la comida me dicen que la tensión ha bajado bastante con la medicación. Se ve algo de movimiento en el monitor pero no son contracciones efectivas. Por lo que he leído no dejo de pensar que soy demasiado grande para la cantidad “estándar” de lo que me están metiendo. Soy gorda así que pienso que deberían meter más medicación para lograr el mismo objetivo que en una pequeña, ¿no? No sé, ya empiezo a desvariar y buscar excusas.
Por la mañana me han hecho bajar en ayunas por orden de mi amiga la gine de guardia así que empecé con la paranoia de que todo era una mierda que no servía para nada. Ya sabían que me iban a rajar y solo me estaban mareando. Dicen que no, que lo hacen así por protocolo el segundo día de inducción pero nadie me enseña el protocolo. ¿? El paritorio está a tope hoy. Hay muchísimo jaleo y trasiego de gente. Mi marido y yo estamos solos casi todo el día en nuestra sala de dilatación. Tengo hambre.
A la noche todo sigue igual. Última noche de tregua. Es un poco desesperante. Al día siguiente me bajarán en ayunas de nuevo y empezaré con la oxitocina. Si por la tarde no hay avance, a cesárea si o si. No me dan más margen y no pueden darme días de descanso ni intentar nueva inducción porque no serviría de nada (dicen). Imposible irme a casa aunque los valores hayan mejorado porque tras las prostaglandinas hay ciertos riesgos y tienen que controlar (esto lo desconozco). He intentado negociar todo lo que se me ha ocurrido pero no he conseguido nada. Solo me queda confiar en que esta noche será el momento.
Me da mucho miedo la oxitocina artificial y los dolores que conlleva. No sé cómo se dará el día y tengo pánico a pasar malas horas en monitores y acabar en cesárea reventada de día. El rollo de la rotura de útero pasa por mi mente pero estoy convencida de que el porcentaje es tan bajo que no me quita más que dos segundos de pensamiento. De momento descansaré mientras no haya novedades por lo que pueda pasar. He seguido todos los consejos de las chicas para ponerse de parto pero no ha funcionado nada. Oigo a los bebés en las otras habitaciones y no veo el momento de tener a la mía conmigo pero con una cesárea y dos hijos más esperando en casa...¡¡uf!! Se me hace horroroso todo.
Viene mi matrona a verme y echamos un rato hablando de todo para ver si me tranquiliza. Me trae los resultados de las analíticas que me han hecho (me los ha impreso ella) y no son tan horrorosos como esperaba. No dejo de pensar que había otra opción. Casi siempre hay otra opción. Pero cuando estás embarazada parece que todo se obvia y tienes que hacer lo que te digan y punto. Viene la ginecóloga de turno a quitarme la tira y después de algunos comentarios “por mi bien” sobre mi peso y mi salud y demás cosas que debería plantearme de cara al futuro próximo resulta que la tira no está, ha desaparecido. Por la mañana me la puso una chica de prácticas y ya tengo hasta dudas de que me la pusiera porque siempre que he ido al baño he mirado por si se caía o algo así y nunca había nada. Pero ahora no está. Y no creo que se haya perdido dentro de mi cuerpo (o eso espero al menos). Yo no la he notado dentro en todo el día. En fin, parece que no le sorprende a nadie y no deja de ser como una anécdota más.
Viernes 23 de septiembre. El día con la oxitocina ha sido duro. Por momentos parecía que se animaba la cosa pero luego se venía abajo todo y no había nada que hacer. Me hacen un tacto y el cuello sigue blando y permeable a un dedo como esta mañana. Sin cambios. Estoy AGOTADA. No hay más tregua. Y me ofrecen la cesárea como si fuera la última opción que tengo y me insisten en que “nos estamos arriesgando a tener que ir al quirófano deprisa y corriendo y no hay necesidad de que tú o la niña sufráis eso”. Yo no podía ya con mi alma después de tantas horas y 3 días en el hospital sin éxito ninguno y acepté cual cachorrito. Me vine abajo porque ya no podía luchar más, no me daban las fuerzas. Pensé mucho en la lista y me agarre a eso y a mi marido que ha sido un apoyo incondicional en cada paso. Me rendí. A las 9 de la noche me llevan a quirófano. Firmo los papeles del consentimiento antes de entrar. Me insisten en que si, ya de paso, me hacen la ligadura porque ya con 3 niños… Les digo que no voy a hacerme más que lo justo y ellos salen con todo el morro a preguntarle a mi marido, no vaya a ser que yo ya no rija bien de la cabeza o algo. Menos mal que él está más asentado y les dice que lo que yo diga que es mi cuerpo. Fin de la discusión. Pónganme una cesárea sin ligadura, por favor. Con anestesia raquídea. El matrón que había estado animándome todo el día vino conmigo y le pedí que por favor, ya que sabía que iban a hacer con mi plan de cesárea lo que les diera la gana pero que al menos respetara enseñármela y llevarla rápido con el padre, que no la lavaran y que hicieran con ella lo que mi marido dijera. Se comprometió a ello y lo cumplió 100%. En quirófano fue otra historia: ni hicieron pinzamiento tardío del cordón, ni respetaron no atarme (aunque luego me zafé de eso) ni prácticamente nada. Por supuesto mi marido no entró. Pero fue totalmente distinta la sensación de desamparo que tuve la otra vez a esta. Me hablaban, se preocupaban por mi y estuve mejor, no sé, supongo que las horas previas de preparación mental ayudaron.
Peeeeeeerooooo... me empecé a marear, me bajó la tensión y estuve a punto de chocarme. Empezaron las caras de preocupación y a pedir medicación e instrumental a toda prisa. Yo ya estaba bastante en mi mundo pero les sentía y les oía todo. Cuando podía mantener los ojos abiertos miraba un espejo donde se reflejaba mi vientre y vi salir a mi pequeña. Fue emocionante dentro de mi mundo de drogas sin fin. Y se la llevaron a limpiar y aspirar al lado (yo no la veía y pedí que no lo hicieran pero en mi estado...) Al poco me preguntaron si quería verla (¡quien no!) Y la trajeron. Me la acercaron a la cara, la olí, me quité una correa y la agarré y acaricié. Vi que quería mamar y agarré mi pecho como pude y se lo acerqué. Se agarró al segundo. Fue muy emocionante. Pero se la llevaron. Dijeron que a neonatos y me negué. ¡Con su padre! Decían que había que vigilar la glucosa por mi diabetes gestacional y que no sabían que el padre pudiera. Por supuesto. Él es diabético también y la va a vigilar mejor que nadie. Se la llevaron pero hasta un rato después no supe donde. El matrón estaba esperando fuera y se la llevó a mi marido directamente. Y a la habitación a hacer piel con piel. ¡Y yo a REA! 14 horas nada más ni nada menos. Las primeras no me importaron. Me encontraba tan mal que no podía pensar más que en esperar que la niña estuviera bien y yo me recuperara cuanto antes. No era consciente de apenas nada. Atontamiento, dolor y malestar general. Vi a mi marido un momento con cara de preocupación por mí pero lo mandé rápido con la pequeña que era quién le necesitaba en ese momento aunque me hubiera gustado que los dos estuvieran conmigo en ese momento. Desnuda y sola aunque bien cuidada por los especialistas de REA que fueron encantadores conmigo. A medida que pasaban las horas, descansé un poco y dormí algunas horas, me empecé a encontrar mejor y la ansiedad por ver a la niña aumentaba. Ya sabía que estaba bien y que estaba en la habitación con mi marido y con mi hermana que se había ofrecido a dar teta a mi bebé esa noche para no darle biberones. Se lo agradeceré eternamente. Estaba más tranquila en ese aspecto. Ella dejó a su hija de año y medio con el padre y se quedó en el hospital esa noche en mi lugar. Tenía mucha leche así que a demanda con su sobri.
A las 12 del medio día al final me bajaron a mi habitación y me reencontré con mi bebé. Preciosa, despierta y con ganas de mami. Y juntas seguimos a pesar de los dolores que tenía y el malestar de todo. Los entuertos fueron especialmente dolorosos esta vez. Mi hermana se quedó esa noche también conmigo para ayudarme con la lactancia porque yo estaba reventada y no podía moverme muy bien. Estuve muchas horas somnolienta.
Al día siguiente a pesar de todo me encontraba mejor, más animada (aunque triste), con la tensión perfecta y el azúcar en los límites de nuevo (se acabaron los pinchazos). La niña sin problemas. La nacieron a las 21:10 horas de la noche, pesó 3,760 kg y midió 50,5 cm. Volvimos a casa a los pocos días y la adaptación a la nueva familia comenzó de pleno.
Me sentí fatal por el final pero no me dieron más opciones. Creo que las agoté todas y eso me genera mucha frustración por no haber podido parir a mi hija (y más después de un PVDC) pero esta vez estoy aprendiendo a vivir con ello de forma más sana que la primera. En unos días mi hija pequeña cumplirá 2 años y le debía este relato. No he podido escribirlo hasta ahora. No me salían las palabras adecuadas. Hoy era el momento.
Como siempre gracias a mi marido y mi familia, a mi matrona Reme y todas las matronas del hospital San Pedro de Alcántara que me han demostrado que algunas cosas han cambiado aunque si caes en “los protocolos” en los que ellas no pueden hacer nada y son meras acompañantes, no hay escapatoria. A pesar de todo, un dato: en estos dos años 5 de mis amigas han sido madres. Solo 1 ha conseguido un parto vaginal en este hospital. En breve seré tía de nuevo y espero que no acabe marcada también. Lo deseo de todo corazón.
Y gracias a las mujeres valientes de la lista de El Parto Es Nuestro Apoyocesáreas porque sin ellas todo sería más difícil aún. Siempre las tengo en el pensamiento y sigo en la lista aunque no esté tan activa como antes. Muchas gracias.