Largo viaje
Por M.P.C.
Cuando mi abuela se despidió de él, sintió que de verdad se le partía el corazón. Después de tantos años de amor secreto, después de haber conseguido convencer a las familias para que les permitieran casarse, después de los duros primeros meses en casa de su suegra, hasta que consiguieron dinero para tener su propia pequeña casa… Después de todo eso, debían separarse ahora.
El barco partió para Uruguay, y ellos prometieron volver a verse pronto.
Tras dos años separados, ahorrando cada céntimo, mi abuela compró emocionada el pasaje para ir a verle: por fin volverían a reunirse.
El viaje fue muy largo: más de 20 días en alta mar, en condiciones malísimas, en un rincón de la bodega acondicionada para los pasajeros, con la comida justa y la bebida menos que justa, sin poder moverse en mucho tiempo, con los brazos y piernas entumecidos de tantos días y noches en la misma posición.
Pero no importaba, ya quedaba menos para poder abrazar a su marido, después de tan larga espera. Ella soñaba repetidamente con el momento del reencuentro, con su olor, con su mirada, con el abrazo que duraría horas, días, semanas… porque ya no tendrían que volver a separarse nunca.
La mañana en la que se avistó tierra, ella trató de arreglarse el pelo, se estiró el vestido ya estropeado, se frotó las mejillas para enrojecerlas y esperó en la proa hasta que divisó el puerto. Allí creyó verle a él, entre otras personas, que probablemente venían a ayudarles con el equipaje.
Cuando bajaba del barco, le temblaban las piernas, por fin, por fin…
Por fin pudo verle los ojos, tocar su cara suavemente con sus manos sucias, y cuando iban a fundirse en el soñado abrazo, la persona que estaba junto a él, se puso en medio, la saludó, la cogió cariñosamente del brazo, y la apartó suavemente con estas palabras:
–Querida, soy vecina de tu marido, he venido a ayudaros: pareces muy cansada, estás agotada, probablemente hace mucho tiempo que no has comido. Vente a mi casa, te lavas, duermes, comes un rato, y después iremos a ver a tu marido, para que ya estéis juntos.
Ella protestó, pero no le sirvió de nada. Ella quería estar con él, así, ahora, sucia, cansada, daba igual: llevaba meses soñando ese momento, y ahora, por alguna razón que no entendía, se vio conducida a una casa ajena, en la que tuvo que lavarse, comer y descansar antes de volver a estar con su esposo.
El dolor que sintió, la rabia sorda, las ganas de salir corriendo se desvanecieron cuando volvieron a estar juntos, y esta vez, ya sí, para siempre.
Pero cuando me contaba la historia mi madre, era a mí a la que se me repetían esos sentimientos, que también había conocido una vez, cuando me separaron de mi hijo recién nacido, para que descansase tras el parto.
Para leer más: Campaña ¡Que no os separen!