“Mira, ¡qué asco!”: reflexiones y experiencias sobre la formación de matronas, desde el punto de vista de una estudiante de matrona alemana.
Presentación realizada con el mismo título por Anke L el pasado 9 de Abril de 2016 en la jornada Obstetric violence (violencia obstétrica), en Berlin, Alemania, organizada por GfG y ENCA.Traducido por Angela Müller, socia de El Parto Es Nuestro.
¡Gracias, Anke, por cedernos tan amablemente el texto de la ponencia!
(En alemán: "De parto, por favor, no molestar" )
“Mira, ¡qué asco!” („Guck mal, wie eklig”)
Me llamo Anke Soumah, soy madre de 4 y abuela de 3, naturópata y doula. Hace 10 años organicé la primera formación de doulas en Alemania como parte de la red nacional de GfG (Gesellschaft für Geburtsvorbereitung, una asociación para la preparación al parto que forma parte de ENCA - Red europea de asociaciones por los derechos en el parto) y desde entonces organizo e imparto formación para doulas en Berlín.
Durante los años 2013 y 2014 me estuve formando como matrona y desde este punto de vista me gustaría compartir mis experiencias y reflexiones con respecto al tema Violencia en la atención al parto y nacimiento.
Antes de comenzar mi formación tenía claro a lo que me estaba enfrentando. Por esto sentí la necesidad, junto a mis amigas, de realizar un pequeño ritual para pedir disculpas por adelantado a todas aquellas mujeres a las que tal vez no trataría como es debido, por condicionantes externos en paritorio que iban a quedar fuera de mi control.
Nunca fue mi motivación trabajar como matrona en Alemania, aquí solo quise ser doula. Quería estudiar sobre el parto y trabajar a continuación en Guinea -África occidental- como matrona. Pensé que allí habría más necesidad de matronas, algo que ahora ya no afirmaría de la misma manera.
Durante la parte teórica de la formación sí se abarcaban todos mis intereses e inquietudes. Lo que aprendí sobre la fisología del embarazo y el parto y las bases de la evidencia científica, me enseñó algo de una manera muy clara y profunda: los procesos de gestación y parto son procesos fisiológicos que ni necesitan mejora, ni son mejorables. Nuestro primer mandamiento debería ser, por tanto, no alterar estos procesos fisiológicos como tales.
A cambio la parte práctica de nuestra formación era bien diferente. Mientras me mantuve en mi posición de doula, me encontré bien: pasé el máximo tiempo posible haciendo acompañamiento directo con las parturientas y me impresionó ver que, a pesar del entorno tan adverso que ofrecían los paritorios de una clínica grande, conseguían parir. En comparación con el tamaño del centro y con respecto a mis compañeras de formación viví muy pocas patologías del proceso del parto.
Tras esta primera fase de prácticas nos “permitían” a las alumnas asumir más responsabilidades, y ahí es cuando comenzaron las dificultades: durante los exámenes vaginales me podían las ganas de aprender. Pensé, con toda ingenuidad, que hallaría algún sistema objetivo para evaluar el estado del proceso. Pronto comprendí que tanto la apertura del cuello de útero como el plano de posición del bebé eran datos subjetivos. La percepción de la mujer y su comportamiento -cosa que había aprendido trabajando como doula- me ofrecían mejor información que los exámenes vaginales, si es que era posible analizar esto dentro de las rutinas en paritorio. Poder hacer esos examenes vaginales para llegar a esta reflexión fue un privilegio, y doy gracias a las mujeres que lo hicieron posible.
La pura observación de la parturienta además tenía la ventaja no ser invasiva con la esfera íntima de la mujer. Me parecía, por decirlo de alguna manera, indecente entrar en esa esfera reservada solo para ella y su amante o pareja. No me sentía con derecho de observar, tocar, e incluso entrar en el área genital, para sacar valores aparentemente objetivos.
Un tema central fue la protección del perineo. En la parte teórica de la formación aprendimos que no existe evidencia a favor o en contra, y que no se puede prevenir un desgarro protegiendo el perineo. Durante un curso (de formación continuada) vi un video de un parto en posición vertical y sin protección de perineo. Me emocionó poder observar como el bebé encontró su propio camino, a la vez que me quedé muy irritada por los nervios de la matrona que nos puso este vídeo y las demás matronas presentes en el curso. Era obvio que les costaba mantener sus manos quietas y ver cómo la matrona del vídeo se limitaba a mirar.
Nos indicaron que teníamos que realizar 40 protecciones de perineo, y tenerlas certificadas por la responsable de paritorio, aunque también admitían que nos podríamos certificar también partos sin protección de perineo, aunque en realidad esas situaciones no existían. Un día una primípara entró al paritorio, con un diagnóstico de un cuello de útero dilatado 3 cm. Con el siguiente cambio de turno aún a 3 horas la matrona me indicó: “Mira, a ésta la vamos a parir, ya verás, y tú vas a realizar la protección del perineo, que necesitas todavía algún certificado más”. Y se puso a preparar el gotero con oxitocina sintética. Por suerte me libré de ésa; la primípara no.
Las manos sobre el perineo parecían ser el santo grial y por tanto la justificación de la existencia de las matronas. Cuando por primera vez, en un parto sin epidural, pude tocar la cabeza del bebé naciendo y el perineo de la mujer, viví uno de los momentos más intensos de mi vida. En realidad no realicé ninguna protección del perineo, tan solo lo toqué con mis manos, esperando que ni la matrona ni la ginecóloga se dieran cuenta que no estaba haciendo nada. Tras el nacimiento tuve que abrazar a la matrona y durante aproximadamente una semana sentí las endorfinas. Sentí la fuerza del cosmos, la fuerza con la que todo nace en este mundo, la fuerza que hace florecer en primavera... imposible de describir.
Fue embriagador sentir esta fuerza y fue cuando entendí la tentación de querer controlar esta inmensa energía, pero a la vez sentí claramente que no era lugar para tocar con mis manos, que no me correspondía conducir o perturbar la fuerza y la energía que corrían entre madre e hijo. Mi humilde sentido común me decía que no debería ordenar nada a la mujer para incidir sobre la “parte de arriba” de la parturienta, mandarle empujar con toda su fuerza, para después controlar el resultado en la “parte de abajo”.
En este contexto sería interesante averiguar si la gran cantidad de bebés que tras su nacimiento requieren tratamientos de fisioterapia por dificultades en la parte superior (cabeza-hombros-cuello) han nacido con o sin pujos forzosos y protección de perineo durante la fase de expulsivo (la maniobra de Valsalva).
En mis compañeras noté un cambio asombroso con el paso del tiempo: tras cada práctica en paritorio, lloraron cuando contaron lo que habían vivido y algunas me hablaron de serios problemas de salud ante cada turno. Muchas otras no decían nada sobre sus experiencias. Todas sufrían por la situación en paritorio.
Pero cada vez más escuché frases como: “Y entonces la puse en cuadrupedia y salió el niño enseguida”, o “A la mujer se le saltaron las lágrimas y me dijo que sin mí no lo hubiera logrado”.
Para la mayoría esto fue la salvación o justificación de una situación no aguantable: Lo sé mejor que los médicos, sin mí la mujer no hubiera podido, las mujeres me necesitan, soy la salvadora, si no estarían solas en manos de médicos y matronas. Soy la buena. Un coqueteo con el poder, que acaricia el ego.
Pero no solo en el hospital, también en la atención al parto extra-hospitalario me encontré con esta situación: Buscando un trabajo en el entorno no clínico me dijo una matrona en atención al parto domiciliario: “Cuando me contacta una embarazada enseguida se cuál es la mejor postura de parto para ella”, y “Aún con toda la evidencia científica en la mano, en realidad no puede ser así, porque si no, sobraríamos las matronas.”
Una matrona incluso me contó que había traído ya más de 2000 niños al mundo… sin darse cuenta que no era cierto, ¡porque no era ella sino las madres quienes habían parido estos 2000 niños!
En mayo de 2014 hubo una campaña nacional (en Alemania) para reclamar apoyo hacia la profesión de la matrona que se titulaba “La primera cara del mundo”. Una de las frases, por parte de la empresa Weleda, que subvencionó la acción, era: “Que la primera sonrisa que vea un recién nacido sea la de la matrona”. La primera sonrisa en la vida de un bebé debería ser, sin duda, la de su madre y no la de la matrona. Y cuando ya no tomamos esto por lo normal, algo está fuera de equilibrio. Pero lo sorprendente es que casi no somos conscientes de este desequilibrio.
Yo crecí en una zona rural y aún recuerdo cómo nos enseñaban de pequeños que bajo ningún concepto podíamos tocar animales recién nacidos, para evitar el rechazo por parte de su madre. ¿Acaso eso no se aplica también a los humanos?
Otro de mis trabajos es ser cuidadora de madres y me llama poderosamente la atención la gran inseguridad y la falta de confianza de las madres en el trato con sus bebés recién nacidos. Viendo vídeos de partos en los que era la madre sola la que cogía a su hijo me convencí de que esto tiene mucha relación con esa confianza o falta de confianza con sus bebés. No es lo mismo que a una mujer le saquen al bebé y que la matrona, en el mejor de los casos, se lo ponga encima después de nacer para comenzar con el apego, que si es la propia mujer la que recibe y coge en brazos a su hijo cuando nace.
En cursos de formación para convertirme en doula, y también trabajando con embarazadas hice ejercicios de imaginar viajar a un lugar para el parto, con la premisa que todo iría bien y que el bebé nacería de manera segura. En todos estos ejercicios de creación de sueños ,de casi 100 mujeres aproximadamente un 85% se imaginaba el parto fuera y sola y con otras mujeres a mano, solamente 8 se lo imaginaban acompañadas por su pareja (masculina). En realidad ninguna de estas mujeres había parido su hijo fuera del hospital y sin atención médica. ¿Acaso llevamos algo grabado dentro que difiere completamente de cómo vivimos hoy en día?
Yo pienso que este poder es una fuente de la violencia, y también de la violencia en la atención al parto y nacimiento.
Con el patriarcado las mujeres hemos permitido que nos quiten poco a poco la capacidad y el poder para parir por nuestras propias fuerzas. La confianza para parir sin atención médica especializada prácticamente ya no existe.
Recuerdo una mujer que en el paritorio me preguntó: “Si no consigo empujar mi bebé hacia fuera, usted me ayuda empujando o tirando por debajo, ¿no?”
El poder se lo han apoderado hoy en día la medicina y el personal sanitario especializado.
No creo que una matrona, por su papel y sus tareas se meta automáticamente en un juego de poder con la parturienta (Tara Franke). Gran parte depende de su manera de entender y comprender el parto en sí, y de allí surge o no una relación de poder y por tanto una fuente de violencia. No es lo mismo que la matrona se entienda como la salvadora de la parturienta que como una persona que presta sus servicios, pero ante todo que acompaña en proceso. Durante mi tiempo de formación comprendí rápidamente que se buscaban matronas “dominantes” y no “al servicio de la parturienta”. En la ley de matronas alemana, artículo 5, se puede leer: “la formación dará lugar a dar competencias a la matrona para llevar partos normales y controlar el postparto”. “Llevar” y “controlar” ...esas palabras lo dicen todo.
En la práctica clínica cuenta valerse por una misma dentro de la jerarquía y mantener la distancia necesaria. Es un trabajo mal pagado y la matrona se enfrenta a la posibilidad de ser demandada. Pero a cambio recibe la gratitud de las mujeres. Todo esto para un proceso fisiológico inmejorable en sí, donde lo único que puede proporcionar realmente es crear un lugar seguro y protegido para no alterar este proceso.
Esa gratitud es la razón del gran prestigio de nuestra profesión y a la vez esta misma gratitud nos impide reflexionar sobre nuestra función. Y esta gratitud además se basa en una convicción que tenemos absolutamente interiorizada de que el parto como proceso fisiológico ya no puede ocurrir sin ayuda médica. No podemos permitir que esta convicción de las matronas sea apoyada, aunque no fuera de manera consciente. Ni siquiera por parte de las doulas, que tampoco están immunes acerca de la tentación del poder.
Urge reforzar a las mujeres a confiar en su propia capacidad, en su valentía y su confianza en la fisiología, para hacer posible el milagro del parto. Como resultado tendríamos unas madres más fuertes y seguras en sí mismas y unos bebés más sanos y felices.
Durante la formación, en el nacimiento de una niña, tuve claro que no podía seguir así. En ese parto me querían obligar a realizar una cadena de intervenciones que no podía ejecutar porque carecían de cualquier base científica; comenzando por pujos forzosos, obligar a la mujer a parir tumbada, manipular la cabeza del niño por una salida de hombros dificultosa, y a cortar el cordón antes de tiempo por dificultades de adaptación al ambiente exterior de la niña. No pude y no lo hice. Aún escucho la frase que me dijo la matrona en este momento: “Tienes que abrir bien las piernas de la mujer para que tengas suficiente espacio para trabajar”.
La niña nació con un Apgar muy bajo y me echaron a mí la culpa. Por suerte se recuperó muy bien.
Con la parte teórica de la formación terminada entendí que tocaba hacerse con las rutinas en paritorio. A la vez comprendí que para mí sería imposible trabajar según mis principios y conocimientos. Entre la teoría y la práctica había un mundo que no veía posible poner en común. La teoría trataba de enseñarnos en detalle los procesos fisiológicos del parto y nos acercaba la evidencia científica que indicaba o no ciertas prácticas e intervenciones. Pero en la práctica se nos instruyó a realizar justamente esas intervenciones que iban en contra de lo aprendido y de las que sabíamos que perjudicarían la salud de la madre y del bebé.
Por parte de mis profesoras deseaba escuchar que bajo su supervisión y en las condiciones actuales de organización del área de maternidad no era posible formar de manera adecuada a matronas. A cambio nos trataron de acercar estrategias para lidiar con el estrés que nos producían justamente estas situaciones conflictivas. Parecía existir un cierto código de honor: la formación es muy dura, pero toca pasar por ella, y luego sales como matrona y lo harás todo mejor. Solo los más duros lo conseguirán.
En mi último año hablé alguna vez con otras matronas sobre mi intención de suspender la formación, y siempre escuché la misma frase: “Te entiendo perfectamente, la formación es muy dura.” Yo por mi parte no conseguí entender como podían trabajar en contra de lo aprendido, conscientes de lo perjudicial de su trabajo hacia madres y bebés y pensando a la vez que esa falta de integridad les hacía matronas.
Me gustaría cerrar con el título de mi charla, una vivencia que me dejó muda:
“Mira, ¡qué asco!” Esto me lo dijo una matrona mientras me enseñaba un recién nacido que llevaba en brazos. Vi un bebé rosita, durmiendo y envuelto en una mantita. “Fue una cesárea“ siguió la matrona “4.700 gramos, semana 38, la madre con diabetes. ¿A que es asqueroso?”
Sin duda este próximo 25 de noviembre, el día de La Revolución de las Rosas yo también depositaré una rosa en la puerta del paritorio, porque haber trabajado allí también fue traumático para mí.
Anke L. Soumah
ankedermanl@yahoo.de
Si todas las matronas y ginecólogos interiorizaran esto en su formación, desaparecería la necesidad de El Parto es Nuestro. Ojalá llegara pronto ese día.
Y por eso yo siempre digo que no sólo se necesitan más matronas, que por supuesto. Pero más matronas ASÍ. Si no, todo seguirá igual.