por Candy Tejera Suelen producirse tras partos instrumentales o cesáreas. Muchos hospitales contemplan en sus protocolos el tener a los bebés en “observación” durante un periodo de tiempo arbitrario (desde horas hasta días completos) cuando el nacimiento ha tenido lugar en estas circunstancias, independientemente de que el niño presente algún síntoma que evidencie la necesidad de tal “observación”. Por una parte, al obrar así, están poniendo algo de manifiesto, que abiertamente muchas veces se niegan a admitir: Que nacer por cesárea no es inocuo, y que si ha sido necesario recurrir al instrumental es porque las cosas no se han desarrollado correctamente. Esto en parte justificaría la necesidad de esta observación, pero el problema está en las condiciones en que se lleva a cabo dicha “observación”. Fundamentalmente el error es que se aleja al bebé de su madre, se les separa y esto trae consigo muchas consecuencias negativas para ambos: dificulta la creación del vínculo y el establecimiento de la lactancia, ralentiza la recuperación de la madre y genera en el recién nacido un estrés que pone realmente en peligro su salud. Se materializa el refrán de que “es peor el remedio que la enfermedad”. Si al bebé no le pasa nada, ¿que sentido tiene separarlo de su madre? Y si tiene alguna dificultad ¿no mejoraría más rápidamente si se sintiese acompañado por ella? Incluso a los adultos nos parecería inhumano el que se nos negase el tener un acompañante a nuestro lado en el caso de que tuviéramos que estar ingresados en un hospital. Y nosotros tenemos sentido del tiempo y podemos pensar que esa sería una situación excepcional, que tarde o temprano terminaría y podríamos recuperar nuestra vida normal, salir y relacionarnos. Pero los bebés no comprenden nada de eso.
¿CÓMO SE LLEVA A CABO ESTA OBSERVACIÓN? En una sala hay una serie de cunitas, o incubadoras según el caso, que albergan a los bebés. Para atenderles hay enfermeras, que normalmente no les hacen ni caso, salvo en los momentos en que está establecido que han de darles de comer o administrarles medicación. Están acostumbradas a oírlos llorar, para ellas es normal, no les afecta. No acuden a calmar ese llanto, pues un recién nacido separado de su madre llora mucho, sólo se calma en brazos y ellas tienen otras cosas que hacer y no pueden pasar el día con un bebé a cuestas. Si lo hiciesen no les quedaría tiempo para nada más. El bebé que está delicado se haya atado a una serie de cables, que vigilan el ritmo cardiaco y su respiración. A lo mejor lleva también una vía a través de la cual se le suministra un antibiótico. Estos cables le conectan a un monitor que pita inmediatamente en el momento en que se produce alguna anomalía. Este sonido es el que avisa a las enfermeras de que hay algún problema. No hay una enfermera por niño, no están continuamente mirándoles, hablándoles o acariciándoles, la atención no es personalizada, ni mucho menos cariñosa o cercana. No existe dicha “observación”. Los tienen allí por comodidad, por cercanía, por no tener que desplazarse a una habitación que podría estar a sólo15 metros de distancia, en caso de que se requiriese su presencia. ¿Tanto inconveniente supone habilitar unas habitaciones donde puedan estar juntos la madre y el bebé? ¿Tan problemático es trasladar a ellas los monitores y el resto del material necesario para efectuar esa vigilancia? ¿Tan difícil es confiar en la capacidad de una madre para observar la evolución de su propio bebé, del que ella es la máxima responsable? ¿No será más seguro tener a una madre pendiente de su propio hijo de manera exclusiva que a una enfermera pendiente de varios bebés al mismo tiempo? Sin duda, la evidencia científica nos dice que, si los bebes permaneciesen cerca de sus madres, se darían menos situaciones de emergencia, su salud se mantendría más estable y disminuiría la necesidad de efectuar ningún tipo de intervención. El problema es aún más sangrante, cuando al bebé en cuestión no se le ha diagnosticado ningún trastorno y no requiere de ningún tratamiento especial, más que el “ser observado”.
¿Qué es lo que impide que sea su propia madre la que le observe? Muchas veces, los padres que se encuentran en esta situación, deambulan por el hospital, buscando al pediatra de turno para que les dé noticias sobre la evolución de su hijo. Pueden pasarse muchas horas sin saber como se encuentra y sin que nadie se digne a contestarles. La mayoría de las veces nadie les dice nada porque no hay nada que decir. El niño está “clínicamente” sano, pero reconocerlo supondría admitir que lo tienen “secuestrado” sólo porque lo manda así el protocolo y muchos profesionales no tienen agallas suficientes para decir la verdad por lo que optan por no aparecer, evitando así tener que dar explicaciones. Todas, madres primerizas o no, somos susceptibles, por desgracia, de ser separadas de nuestros niños debido a la pésima atención al parto que se ofrece en los hospitales de nuestro país. Psicológicamente la huella que deja esta separación es muy profunda. Una madre a la que se le niega la posibilidad de conocer a su niño inmediatamente cuando tras el parto tiene sus instintos a flor de piel, a la que se le dice indirectamente que no es capaz de velar por la seguridad de su hijo puesto que está más seguro ingresado en una UCI que a su lado, ve sin duda menoscabada su seguridad en si misma y lo que es más importante pierde la confianza en su capacidad como madre, sobretodo si es primeriza. Puede tener dificultades para detectar e interpretar las señales que le envíe su hijo e incluso puede que no se sienta fuerte para hacerse cargo de él, ella sola al salir del hospital, en casa, donde “no están los médicos que eran los que sabían supuestamente lo que era mejor para el bebé”. Hay procedimientos como este de la separación que están tan extendidos que no solemos plantearnos su necesidad ni los efectos secundarios que producen. Nos vienen “impuestos” y pensamos que no nos queda otra que resignarnos, si tenemos la mala suerte de que nos toque a nosotros pasar por ello. Pero si existe otro camino. Podemos optar por luchar para cambiar un sistema que nuestra mente, nuestro corazón y nuestro instinto nos dicen que está equivocado. Podemos oponernos firmemente a que se lo lleven o reclamar enérgicamente que nos lo devuelvan, pues es nuestro hijo, no propiedad del hospital. Pues es en nuestros brazos donde ellos quieren estar, se encuentren o no enfermos, y el sistema sanitario debería facilitarnos que esto sea así en lugar de arrebatárnoslos. Para saber más a cerca de las repercusiones de la separación en la salud física y mental de la díada madre-bebé, visita:
http://www.quenoosseparen.info